martes, 4 de septiembre de 2012

Las sirenas de la Odisea.

Aprender a controlar el silencio fue de las cosas que más me costó. Cada vez me gustaba más, pero solo faltaba un paso, el silencio físico lo sentía muy dentro de mí pero me faltaba el interno. Me hubiese gustado callar por dentro y dejar mi cabeza reposar sobre las olas del mar, se lo merecía tanto. Yo estaba allí en la proa de ese barco sin saber casi a donde me iba a llevar. Los marineros vestían de azul y las señoritas paseaban sus uniformes verdes como si de vestidos de Channel se tratasen. Me encantaba. Estaba solo, había decidido por mí mismo hacer ese viaje solo, no quería estar al lado de nadie. Conocí aquellas ciudades de las que tanto había leído y en las que tantas veces me había imaginado. Por un momento creí tener en frente a las sirenas de la Odisea pero enseguida cambié de opinión, llevaba tantos efectos alucinógenos encima que no podía controlar la situación. Por las mañanas me gustaba mirarme al espejo, era lo primero que hacía al levantarme, me miraba y me tiraba diez minutos con la mirada fija en el espejo, me encantaba pensarme. Ya veía la isla de lejos y el cielo ese día se había librado de las nubes. Me bajé del barco con una sensación extraña que apenas me dejaba continuar. No había nadie detrás pero de repente me di cuenta. No estaba solo, me seguía mi sombra.

Mario.

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