jueves, 21 de mayo de 2015

Confeti.

Cuando el cura dio el pésame a todos los allí presentes, disparó hacia el cielo aquel tubo de confeti que cargaba en sus manos. Papeles cuadrados de colores. Verdes, azules y también rojos. Dorados y plateados que destelleaban en los ojos de todo el que no quiso perderse el evento del año. O quizás del siglo. Enterrar un corazón en vida, o tal vez sin ella, no se vive todos los días.
Alguien impostó la voz cuando el cura dejó de dar aquel sermón al que nadie prestaba atención e incitó a todo el mundo a que coreasen el estribillo de aquella canción que nos había hecho llegar hasta allí.
"No me abandonarán si me he marchado,
no romperán mi corazón si lo he arrancado".
Cientos de personas con sus corazones en la mano alzaron sus brazos para después lanzarlo al contenedor que el cura tenía en frente. Fue escalofriante ver como esa inmensa papelera se iba llenando y perder la cuenta de cuánta gente quería enterrar y desprenderse de su corazón allí mismo hizo que se me erizase hasta el último vello del cuerpo.
El confeti no había llegado del todo al suelo aún, la felicidad traspasaba los ojos de todos los protagonistas del día y una tormenta de aplausos hizo que retumbase todo el cementerio uniendo su sonido al del eco que allí acompañaba. Lágrimas no de tristeza precisamente, sonrisas que se salían de la boca y algún hurra de victoria hicieron mella en el funeral. Nada más cesar aquel aplauso final, una música celestial empezó a sonar y los asistentes se fundieron en un abrazo que todos recordarán como un punto y a parte en sus ya no tan tristes vidas.
Tengo que decir que aunque estuve a punto de hacerlo, no fui solo a la ceremonia. A última hora, una vieja amiga decidió prescindir de su corazón vapuleado, arrastrado y maltratado. Fuimos de la mano en todo momento, como una pareja de ancianos que es consciente que cada paso que dan, les acerca a un final que en esta ocasión sí estaba programado.
Antes de los vítores y el fin de fiesta observé como ella metía su mano con rabia en sus entrañas y llena de sangre la sacó instantes después con su corazón carbonizado y ya inerte agarrado en un puño. Lo tiró al contenedor con la fuerza de quien rompe un plato contra el suelo, con el ansia de quien golpea un balón contra la portería viéndose ya ganador del partido.
Me costó, pero yo, al igual que el resto de los asistentes hice lo mismo. Hundí mi mano en el pecho, soportando un dolor que instantes después se convertiría en placer y a sabiendas de que ese mismo dolor me dejaría en paz el resto de mis días, agarré mi corazón. Con una fuerza desorbitada y dando un grito ensordecedor pude sacarlo de detrás de mis costillas y viendo cómo cientos de ellos sobrevolaban mi cabeza lo estampé junto al resto.
En el trayecto de mi mano hasta el container por mi mente pasó una ráfaga en forma de diapositivas de los momentos que habían hecho que tomara esa decisión, pero aquella no era precisamente una fiesta para dramatizar. Después llegaron los colofones finales, los aplausos, el confeti, los abrazos y la canción.
"No me abandonarán si me he marchado,
no romperán mi corazón si lo he arrancado".
Empecé a sentir un pitido en mi cabeza mientras tenía a mi amiga en mis brazos. Ese pitido hizo que la realidad de lo que allí estaba ocurriendo se me distorsionara y una capa de niebla que cada vez iba a más, se instaló en mis ojos hasta perder la vista por completo. Me desplomé entre sus brazos en el suelo y a decir verdad eso fue lo último que recuerdo.
Del resto fui consciente desde el otro lado del limbo, donde ya yacían todos los corazones arrancados de aquella velada y rodeado de ellos pude ver cómo allí abajo, levantaron mi cuerpo entre los que entonces me rodeaban y como un pelele, me fueron lanzado de unos a otros hasta que mi cadáver calló en el mismo contenedor donde ya no latían todos esos malditos órganos.
Ahora que ha pasado el tiempo y desde aquí arriba, entiendo que al menos para mí, asistir a tal evento fue tan solo un error. Porque por más que traté de impedirlo, por más que traté de separarme del corazón que no me dejaba dormir por las noches y por más que intenté matar al que me cortaba la respiración innumerables veces, ahora vivo con él sobre el hombro. Danzando entre las nubes y volviendo a compartir cada segundo de no vida con un miedo del que no soy capaz de desprenderme, porque cada día que pasa y quizás cuando menos me lo espere, él sabrá cómo hacer para que nos reconciliemos de nuevo.


Mario.

sábado, 9 de mayo de 2015

Microclima.

Sol que traspasa mis venas,
que abrasa mi corazón,
que incide en mis ojos.
En la curva de tu espalda.
En las yemas de tus dedos.
En las ganas de tenerte,
en las de dejar de pensar que te irás.

Mario.