Yo no se si la vida tenía ese color pero si que tenía claro que esas calles si lo tenían, que las melodías podían romperse, que mis pies se podía enredar escuchando sonidos que aparentemente quedaban apagados. Que era capaz de expandirme sin decir ni una sola palabra, estallar en el más absoluto silencio y sentir el mayor placer jamás existido dentro de mí. Un placer que lleva atrapado todos los años de mi corta existencia sin poder salir de mi cuerpo, dentro, muy dentro. Cómo con solo un giro de cabeza podía sentir el ardor del desierto y al girarla el frío y gélido glaciar, las montañas de los bosques del norte, el rascacielos más alto y las cuevas más profundas.
Como no sabía dónde guardarlo todo, dónde enterrarlo o dónde aguantarlo sin que se separara de mí. No tuve otra opción. No me entenderéis pero lo tuve que hacer. Me sumergí por debajo del Misisipi y jamás salí, me quedé allí, tan muerto y tan vivo.
Mario.