jueves, 15 de mayo de 2014

Cuando digo nunca, es nunca.


Ella, se incorporó de nuevo al trabajo un lunes a las diez de la mañana en el edificio más céntrico de la ciudad, la gente sonreía, el sol radiaba y además hacía un día de playa. Sobraban los motivos para que ella quisiera cerrar los ojos y soñar con abrir la ventana, echarse atrás, coger carrerilla, ponerse a correr y salir volando por la misma como lo hacía Javier Bardem caracterizado de Ramón Sampedro en Mar Adentro. Esa escena la marcó tanto que aún se acuerda de llorarla cada vez que la vuelve a ver en alguna de esas sesiones de cine que se hacía en su propia casa de manera macabra y algo cruel, sabiendo que la noche le iba a costar llorar hasta el amanecer y pensando que igual ese amanecer no llegaría nunca. Y cuando digo nunca, es nunca.

Él, justo en ese momento estaba pensando en ella, como lo hacía cada día sin que la guapa le diese ninguna importancia aún sabiéndolo. No dolía. Ser el otro en estos casos nunca duele. Y es que por qué va a doler que te piensen y tú no hacerlo de la misma manera. Pues bien, yo creo que debería estar castigado de algún modo, algún terrible modo que imparta la justicia del corazón. Já. Justicia. Corazón. Una vida ejemplar la que llevaba sin contar con el maldito karma que para él nunca llegaba. Y mira que era en lo único que creía, porque ni en Dios, ni en Buda, ni en Alá, ni en Freddy Mercury había depositado jamás su fe y a estas alturas no entraba en sus planes hacerlo.


Ella, enamorada de si misma y de su ego. Él, enamorado de todo el tiempo que podría pasar con ella.

Y que jamás pasará, porque por qué me voy a tener que inventar ahora una de esas historias bonitas e idilícas que todos pensamos que algún día nos tocará si sabemos que no. Porque por qué vamos a creer que nos están pensando en este preciso momento si en realidad es mentira. Porque yo, cuando digo nunca, es nunca. Y tú, por no decir, no dices nada.

Mario.

jueves, 8 de mayo de 2014

Oda al amor.

¿A dónde iremos una vez muera el corazón? Qué hará nuestra piel si no es caerse rendida a nuestros pies anclados al suelo. 

¿A dónde iremos cuando nos ahogue nuestra propia respiración? Pulmón, en otra vida quiero ser pulmón para sentir llenarse y vaciarse como lo hace el mar en su decadencia.

¿A dónde iremos cuando nos disparen al estómago? Cuando el amor llegue y se vaya, se vaya en tren de vuelta y con la rabia de quien dice adiós.

¿A dónde iremos cuando nos sangren los brazos? Por no haberte tenido, por no haberte sentido en los cien años de quien paga un solo castigo.

¿A dónde iremos cuando nuestros ojos nos abandonen? Donde la hierva crece, donde la tierra huele y donde quizás hoy no amanece por los dos.

¿A dónde iremos cuando estos labios digan que no? El cielo caiga, la luna apague y no vuelva a salir el sol mientras yo canto esta oda al amor.

Mario.