sábado, 1 de agosto de 2015

Agosto.

Ahora que ya ha llegado Agosto.
Ahora que el frío ha dado portazo a mis huesos, 
que ya no hay nieve en las montañas
y que el sol reposa sobre tu espalda.
Me apetece que la vida sea fácil,
como Agosto aun sabiendas que después viene Septiembre,
quizás breve.
Quiero que los días se posen sobre las palmas de mis manos,
que el tiempo se pierda por las calles,
que se beba en los bares y que duerma de día.

Ahora que ya está aquí.
Que ha tardado más de los días que marcaba el calendario.
Que arranqué meses que no tenían nombre.
Meses que no existían y que los tuve que inventar
Me voy.
Corriendo.
A buscar a Agosto.

Mario.

jueves, 21 de mayo de 2015

Confeti.

Cuando el cura dio el pésame a todos los allí presentes, disparó hacia el cielo aquel tubo de confeti que cargaba en sus manos. Papeles cuadrados de colores. Verdes, azules y también rojos. Dorados y plateados que destelleaban en los ojos de todo el que no quiso perderse el evento del año. O quizás del siglo. Enterrar un corazón en vida, o tal vez sin ella, no se vive todos los días.
Alguien impostó la voz cuando el cura dejó de dar aquel sermón al que nadie prestaba atención e incitó a todo el mundo a que coreasen el estribillo de aquella canción que nos había hecho llegar hasta allí.
"No me abandonarán si me he marchado,
no romperán mi corazón si lo he arrancado".
Cientos de personas con sus corazones en la mano alzaron sus brazos para después lanzarlo al contenedor que el cura tenía en frente. Fue escalofriante ver como esa inmensa papelera se iba llenando y perder la cuenta de cuánta gente quería enterrar y desprenderse de su corazón allí mismo hizo que se me erizase hasta el último vello del cuerpo.
El confeti no había llegado del todo al suelo aún, la felicidad traspasaba los ojos de todos los protagonistas del día y una tormenta de aplausos hizo que retumbase todo el cementerio uniendo su sonido al del eco que allí acompañaba. Lágrimas no de tristeza precisamente, sonrisas que se salían de la boca y algún hurra de victoria hicieron mella en el funeral. Nada más cesar aquel aplauso final, una música celestial empezó a sonar y los asistentes se fundieron en un abrazo que todos recordarán como un punto y a parte en sus ya no tan tristes vidas.
Tengo que decir que aunque estuve a punto de hacerlo, no fui solo a la ceremonia. A última hora, una vieja amiga decidió prescindir de su corazón vapuleado, arrastrado y maltratado. Fuimos de la mano en todo momento, como una pareja de ancianos que es consciente que cada paso que dan, les acerca a un final que en esta ocasión sí estaba programado.
Antes de los vítores y el fin de fiesta observé como ella metía su mano con rabia en sus entrañas y llena de sangre la sacó instantes después con su corazón carbonizado y ya inerte agarrado en un puño. Lo tiró al contenedor con la fuerza de quien rompe un plato contra el suelo, con el ansia de quien golpea un balón contra la portería viéndose ya ganador del partido.
Me costó, pero yo, al igual que el resto de los asistentes hice lo mismo. Hundí mi mano en el pecho, soportando un dolor que instantes después se convertiría en placer y a sabiendas de que ese mismo dolor me dejaría en paz el resto de mis días, agarré mi corazón. Con una fuerza desorbitada y dando un grito ensordecedor pude sacarlo de detrás de mis costillas y viendo cómo cientos de ellos sobrevolaban mi cabeza lo estampé junto al resto.
En el trayecto de mi mano hasta el container por mi mente pasó una ráfaga en forma de diapositivas de los momentos que habían hecho que tomara esa decisión, pero aquella no era precisamente una fiesta para dramatizar. Después llegaron los colofones finales, los aplausos, el confeti, los abrazos y la canción.
"No me abandonarán si me he marchado,
no romperán mi corazón si lo he arrancado".
Empecé a sentir un pitido en mi cabeza mientras tenía a mi amiga en mis brazos. Ese pitido hizo que la realidad de lo que allí estaba ocurriendo se me distorsionara y una capa de niebla que cada vez iba a más, se instaló en mis ojos hasta perder la vista por completo. Me desplomé entre sus brazos en el suelo y a decir verdad eso fue lo último que recuerdo.
Del resto fui consciente desde el otro lado del limbo, donde ya yacían todos los corazones arrancados de aquella velada y rodeado de ellos pude ver cómo allí abajo, levantaron mi cuerpo entre los que entonces me rodeaban y como un pelele, me fueron lanzado de unos a otros hasta que mi cadáver calló en el mismo contenedor donde ya no latían todos esos malditos órganos.
Ahora que ha pasado el tiempo y desde aquí arriba, entiendo que al menos para mí, asistir a tal evento fue tan solo un error. Porque por más que traté de impedirlo, por más que traté de separarme del corazón que no me dejaba dormir por las noches y por más que intenté matar al que me cortaba la respiración innumerables veces, ahora vivo con él sobre el hombro. Danzando entre las nubes y volviendo a compartir cada segundo de no vida con un miedo del que no soy capaz de desprenderme, porque cada día que pasa y quizás cuando menos me lo espere, él sabrá cómo hacer para que nos reconciliemos de nuevo.


Mario.

sábado, 9 de mayo de 2015

Microclima.

Sol que traspasa mis venas,
que abrasa mi corazón,
que incide en mis ojos.
En la curva de tu espalda.
En las yemas de tus dedos.
En las ganas de tenerte,
en las de dejar de pensar que te irás.

Mario.

jueves, 16 de abril de 2015

Cervatillo.

Volvía de pasar unos días en casa, donde todo estaba como siempre. Había pasado una semana entre reencuentros, besos y abrazos de esos de los de verdad, de los que te atraviesan el costado y se quedan a vivir dentro de ti hasta Dios sabe cuando. Irme de allí siempre me revolvía por dentro y a la vez me suponía un alivio tremendo. Una vez más, volvía con el corazón en la garganta, a punto de salirse por mi boca y con miedo a tener que escupirlo o incluso vomitarlo encima de una de esas mesas plegables que siempre hay en los trenes en frente de cada asiento.
Desconozco por dónde iba en ese momento pero yo imaginé que sería algún pueblo colindante a Zaragoza. Era invierno, el frío traspasaba la piel y pude observar como aquel paisaje estaba cubierto por una capa de nieve blanca que no dejaba de mirar. Hacía tanto que la nieve ya no formaba parte de mis inviernos... Entonces estaba atardeciendo, el sol caía a la misma velocidad que iba el tren, cuando un disparo de luz chocó contra el cristal haciéndolo traspasar, y a su vez, colarse en el vagón y para ser más concisos, acabando en mis manos sujetando un libro ya cerrado. Las observé durante unos segundos y llegué a pensar que con toda la luz que incidía en ellas, sería capaz de hacerlas transparentes y así poder ver el título del libro que las mismas tapaban. "Nubosidad variable". Ya era la segunda vez que lo leía y siempre lo hice fuera de casa, en esos momentos en los que como ya he dicho antes, el corazón se instala en la garganta. Ya estaba a punto de salirse, lo fui notando, cuando de repente de una de esas miradas que lancé al paisaje lo vi. 
Un cervatillo corría casi a la velocidad del tren y se mantuvo durante varios segundos aguantando el ritmo de mi ventana. Yo no tuve tiempo ni espacio para salir de mi asombro así que abrí bien los ojos y los acerqué lo más que pude a la ventana que nos separaba. Pensé que era una maldita señal de nuevo en la que me hizo pensar que siempre hay algo que nos separa de las cosas que queremos, en esa ocasión era el cristal donde planté toda la palma de mi mano para comprobar que, efectivamente, algo nos separaba. Tan lejos y tan cerca a la vez.
Por un momento llegué a pensar que eras tú, plasmado una vez más en una circunstancia de esas que por muy absurdas que parezcan, allí están, al otro lado para hacerte recordar que aquello fue lo más verdadero que he conocido pero que como aquel tren, iba a pasar por delante y el cervatillo se iba a quedar atrás. Lo primero que hice fue comprobar con mis ojos si ese cervatillo y tú teníais la misma nariz. Mentiría y además parecería aún más loco si dijese que compartíais la misma forma, pero no fue así. A mí poco me importó no encontrar ningún parecido físico, es más, lo raro e incluso fantasmagórico hubiese sido que lo tuvieseis y entonces sí, en ese momento hubiese escupido con dolor el corazón para dejarlo caer rodando por todo el vagón mientras el resto de pasajeros lo observan y alguno de ellos comenta:
- ¡Ahí va, el amor muerto!
Con mis ojos a punto de salirse de sus órbitas miré por última vez al cervatillo como poco a poco iba a desaparecer de mi ventana, y cuando estaba a punto de hacerlo, él me miró a mí. Juraría que incluso hasta sonriendo, mientras yo, como si fuese un caballero andante sin su armadura, le devolví la sonrisa y así, despedirme de él hasta siempre. 
Me pasé todo lo que quedaba del viaje dándole vueltas a cosas absurdas que solo perdía tiempo en pensarlas yo. Como buen estúpido mandé unos cuantos mensajes por el móvil agradeciendo varias cosas que estos días no había hecho en persona. Es lo que tiene tener tanto tiempo cuando haces un viaje, que acabas escribiendo de más, echando de menos y acabas por tirarte al suelo dando vueltas por el pasillo del tren acompañando a ese corazón que lleva tanto tiempo rodando en él. 
Cuando ya faltaban segundos para entrar en la estación de Barcelona-Sants me levanté para ponerme el abrigo y la bufanda que tanto me pesaba cuando de repente volví a ver a través del cristal a ese cervatillo en mitad del andén esperándome. Con un movimiento brusco me di la vuelta para cerciorarme de que era cierto, y allí estaba, sonriéndome de la misma y exacta manera.

Mario.

viernes, 20 de marzo de 2015

Eclipse.

Sales al balcón.
Una bofetada de aire, como siempre.
Al fondo se ve el mar.
No hay apenas luz, la culpa la tiene el eclipse.

Me siento en el sofá.
Tengo todo el cuerpo cansado.
Todas las ganas se sientan encima de mí.
Las culpas también.
Tu culpa también.

El cielo se vuelve sombrío.
Mis párpados pesan, quieren cerrarse.
Mientras la culpa abierta.
Ventanas opuestas.
El aire que lo quiero dentro.

La aves huyen, no quieren verlo.
Que me lleven con ellas.
Ser gaviota.
Viento que viaja, que no cesa.
Hierba incrustada tan adentro.
Frío que cala y que rasga.

Será el mar que hoy no sube hasta aquí.
Será el tiempo que ya no tengo.
Será el eclipse que me ha dejado ciego.
Simplemente seré yo, Serás tú.
O será el eclipse que llevo dentro.

Mario.