miércoles, 29 de octubre de 2014

Más allá del saludo.


Había estado todo el día fuera de casa y al llegar lo único que hice fue comer algo y tumbarme en el sofá a ver el programa de televisión que tanto me gustaba. Cuando me quise dar cuenta, no sabía cuánto tiempo había pasado porque me había quedado dormido, hecho un ovillo, como un niño pequeño. Me desperté por culpa de un ruido que salía del otro lado de la pared y que a penas podía escuchar con claridad, parecía el sollozo de una mujer, aunque tampoco las tenía todas conmigo. ¿Estaba sola en casa aquella mujer? Quizás podríamos habernos hecho compañía y ver juntos ese programa de televisión, se me hacía raro verlo solo y no tener a nadie con quien comentarlo. Bajé el volumen de la tele al completo e incorporé todo mi cuerpo medio dormido en el sofá para ver si podría percibir con nitidez aquel sonido. Estaba claro. Reconocí que eran sollozos porque yo también había llorado así alguna vez, aunque no era eso lo que me preocupaba. Quería saber si estaba sola o si le lloraba a alguien. Me dieron ganas de levantarme, ir hacia la puerta, abrirla y sin salir de mi recibidor estirar el brazo y llamar a su timbre  para salvarla de aquellas lágrimas que imaginaba recorriendo todo su rostro. El corazón me empezó a latir con más fuerza por no saber qué estaba ocurriendo al otro lado del muro. Me pareció escuchar como la mujer empezaba a articular alguna palabra y como ya no podía bajar más el sonido de la televisión, lo que hice fue apagarla. Como si el sofá tuviera un resorte me levanté rápidamente y con cuidado me fui acercando a la pared de donde procedían las palabras. Me di la vuelta dandole la espalda a la pared y apoyándome en ella me deje caer hasta el suelo donde me quedé sentado. Tuve la sensación de que al otro lado se encontraba la mujer en la misma postura en la que me encontraba yo y que aquel muro era lo único que separaba nuestras espaldas. Me concentre lo más rápido posible para intentar entender qué palabras eran las que estaba pronunciando la mujer y con dificultad pude escuchar que decía: "Vuelve" con demasiada sordina. ¿A quién le estaba pidiendo que volviese? Yo sentía que esas palabras iban dedicadas a mi a pesar de que no habíamos cruzado palabra más allá del saludo, y como para que notara que la había escuchado pegué con fuerza mi espalda a la pared cuando volví a escuchar que pronunciaba la misma palabra llena de rabia. Me empecé a sentir un poco bloqueado y en mi cabeza solo entraban las opciones de que estuviera hablando con alguien por teléfono o tirarme al vacío y pensar que era con un muerto o fantasma con el que ella quería hablar. Se hizo el silencio por un momento cuando un estrepitoso ruido de un portazo hizo que yo reaccionara y contrajese mi abdomen por el susto. Cuando me quise dar cuenta yo también estaba emitiendo el mismo sollozo que empecé a escuchar hace ya minutos al otro lado de la pared. De repente pude percibir por la ranura de abajo de mi puerta como la luz del descansillo se encendía y vi como dos pies hacían sombra en esa ranura frente a la puerta de mi propia casa. Mi llanto cesó de un segundo a otro. El corazón se me salía por la boca y efectivamente, sonó el timbre. 
¿Quién de los dos lloraba más fuerte?

Mario.

viernes, 10 de octubre de 2014

A espaldas del mundo.

A espaldas del mundo la vida seguía. Yo me agachaba, me tapaba las orejas y cortaba la respiración para intentar pararlo todo. No paraba, no se abría la puerta y de aquella habitación tampoco salía nadie. Quizás en mis días no existía la tecla del pause porque todo pasaba muy rápido, tan rápido que a veces dolía. Todo se iba, algunas cosas volvían pero otras muchas lo hacían en silencio y de puntillas, sin hacer ruido para que no me diera cuenta de que se estaban dando a la fuga. Y yo, que de enterarme siempre lo hacía veía como piezas ya no estaban, disimulaba, miraba para otro lado y a veces reía para que el ruido fuese más grande que el de mi corazón hueco. Hueco y con brecha, que no brocheta, aunque quizás sí que sea brocheta y se lo hayan comido.

Mario.