lunes, 14 de enero de 2013

Cierra la puerta y ponte el disfraz.

Cierra la puerta que se escapan los gritos. Cierra la puerta que el niño va a empezar a llorar. Cierra la puerta porque este eco me está matando. Cierra la puerta que se va corriendo el miedo. Cierra la puerta y da un portazo porque el invierno ya está aquí, ya te lo avisé. Cierra la puerta que la historia continúa. Haz maletas llenas de sueños, fracasos, crudezas hechas para luchar y alguna que otra risa. Corre, aprovecha que el monstruo duerme y cierra la puerta. Aprovecha para gritar bien fuerte y pintar tu vida por toda la pared. Aprovecha que no nos ve nadie, que luego habrá que cerrar la puerta. Cierra la puerta porque si no me voy a escapar por la ventana. Por favor, cierra la puerta porque oigo cosas que ya no están. Cierra la puerta y ya no mires atrás porque igual te da miedo volver. De verdad, cierra la puerta y dejemos de dramatizar.

Estate preparado, porque hoy el que cierra la puerta soy yo.


Mario.

jueves, 3 de enero de 2013

Hay un agujero en la pared.

Él era profesor y licenciado en filología hispánica pero esa noche no era solo él, nueve personas más le acompañaban al rededor de la gran mesa redonda del salón de sus padres. Quizás uno de los momentos en los que mejor se ve cómo son las personas es sentados en la mesa, en cualquier comida, banquete o cena navideña, por eso él tenía tanto cuidado. El jamón, las copas de vino, los platos, las vajillas de plata e incluso la rica sopa de marisco a su vista habían pasado desapercibidos esa noche. Solo repetía una cosa que parecía insonora para el resto de invitados. Hay un agujero en la pared. Recuerda días después que entonces estalló una copa y los inocentes pensaron que había sido de los cambios de temperatura y el desgaste. Qué ingenuos. De lo que no se dieron cuenta es de que la copa estalló por toda la rabia que contenía dentro y que no supieron ver y por supuesto, de lo que no quisieron escuchar. Hay un agujero en la pared. Por un momento dejó de escuchar y no lo hizo inconscientemente, era muy consciente de las cosas que quería que hubiesen encima de la noche, encima de la cena. Mientras, todos se volvieron locos, los padres, los abuelos, los tíos, los locos y por supuesto, el perro. Como nadie le escuchaba tiró del mantel dejando la mesa completamente vacía, pero no era lo único que había vacío esa noche, y no era él.

El profesor lo llevaba advirtiendo toda la noche. "Hay un agujero en la pared", decía. y acabó entrando. Al menos, el mar estaba al otro lado del agujero.

Mario.