miércoles, 20 de noviembre de 2013

La más fría.

La guerra empezó, por aquel entonces yo era un niño aunque creía que no. Me habían vendido humo, estaba lleno de humo acompañado por aire que no es real, me sentía lleno sin estarlo. Entonces me acordaba de las colchonetas hinchables cuando quitas el tapón y se deshacen rápidamente entre las manos. No era la primera guerra pero si que creo que la más fría, en aquel pueblo de tan al norte el frío vivía en las paredes, en las esquinas y hasta debajo de las camas. Se te pegaba para doler. Un día me vi allí en frente del campo de batalla, creía que me seguía todo mi equipo, que iba detrás mía cuando los "malos" a quienes íbamos a destruir con rabia empezaron a salir de carruajes y de trampillas escondidas dónde creía que nadie habitaba. Aquel campo se empezó a llenar y a los pocos segundos me di cuenta de que no había nadie, ¿qué había sido de mi equipo? Me preguntaba a medida que se iban acercando a mi, amenazándome en círculo con el fin de que dejase mi arma en el suelo. Lo hice como era de esperar ya que era mi única opción y decidí rendirme, no por cobarde si no por falta de recursos, el círculo por el cuál estaba rodeado se hacía cada vez más pequeño y me latía más rápido el corazón con la sensación de que eran los últimos segundos que iba a latir, tenía razón. Uno de ellos destacó sobre el grupo y decidió acercarse más aún si cabía, mis piernas se bloquearon y me impidieron echar a correr que es lo que por instinto pretendía hacer sabiendo que el éxito sería completamente nulo. Por unos instantes no se que pasó que no lo recuerdo con total nitidez solo que de mis ojos salían estalagmitas congeladas acompañadas por ese humo ardiendo. Lo quise hacer con dignidad al ver que el fusil apuntaba mi cabeza, entonces me eché las manos hacia ella para quitarme el casco que dejé caer al suelo al bajar mis brazos. El pueblo empezó a arder y continuó la vida que merecía.

Mario.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Y a parte, el corazón.

El vacío sobre el vacío. Caes sobre una colchoneta que es invisible y nadie lo nota. Estás flotando sobre algo que no te pertenece, que no es tuyo y que jamás te devolverán. Han robado en el fondo de tu alma y se lo han llevado corriendo. Corre, corre y vuelve a correr que ya por el camino te vuelven a juzgar, levantate y vuelve a correr. El ladrón ha cruzado la frontera, no pienses en alcanzarlo, te lleva ventaja, rie, corre y mientras vuelves a reir sin saber por qué. ¿Dónde? En el fondo de mi alma. No se escribir, ni leer ni interpretar, solo sentir. ¿Dónde? En el fondo de mi alma. Me quedo en silencio, que también es opinión y no hace falta que te diga dónde, porque ya ha desaparecido, se lo han comido los gusanos y a parte, el corazón. Así que, corre, corre, corre. En el fondo de mi alma. ¿Dónde?. Como te rompas me voy, ahí te quedas rendido, sin mi, sin ti. ¿Dónde? En el fondo de mi alma. 
Un chasquido, dos pasos para atrás, cinco para adelante, sale el sol, choca en tu cara. Aprende a despertarte, a acostarte. ¿Dónde lo compro, dónde lo alquilan? En el fondo de mi alma.
¡Qué bonito es aprender a quererse!

Mario.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Tengo una pesadilla.

Tengo una pesadilla. Me han cortado las piernas y me han rasgado las cuerdas vocales, no puedo hablar. Menos mal que aún tengo ojos para poder llorar, pienso. Los latidos de mi corazón hacen que se me mueva el cuerpo de una manera expansiva, mi estomago se encoge y agoniza por momentos, cada vez más rápido. En mi cabeza solo tengo las imágenes de aquel verano que me dediqué a correr por la playa, no pares, vuelvo a pensar para consolarme y no hacerme sentir inmóvil. Sigo llorando. Alguien viene, oigo sus pasos y cada vez está más cerca, el corazón me va a estallar y estoy muerto de miedo. El ruido de la puerta ya está aquí y se va abriendo muy lentamente, le miro y su cara me es muy conocida, eso me das más miedo aún, no me habla, no dice ni hace nada solo se ríe, qué carcajadas tan dolorosas, me estoy rompiendo. Aire, necesito aire, si pudiese gritar ya estaría ahogado. Me empiezo a balancear, eso me tranquiliza y me hace sentirme algo más poderoso dentro de este ser diminuto. Sigue riéndose, por favor que se calle ya de una vez, voy a estallar y no quiero que esto se convierta en el último suspiro de esta vida, corta vida. En mi mente sigo corriendo por la playa, cada vez más rápido y a veces salto con tanta fuerza como si no quisiese volver a bajar. Empiezo a confundir la realidad de la ficción, tengo lagunas de mi vida y me estoy olvidando de los buenos momentos, me los están arrancando con ansia y con mucha rabia. Me acuerdo de un buen momento, este por mis narices que no se me va. Sigue riendo, yo sigo llorando. Suena mi teléfono, aunque me cuesta consigo estirarme para poder leer la pantalla, estoy atado y es ella la que está llamando, mierda. Si pudiésemos hablar estoy seguro de que me harías sentir bien hasta en estas circunstancias tu voz me tranquiliza, mis manos tiemblan. Qué manera de pisarme, de estrujarme, de aplastarme, de hacerme invisible, de autodestruirme y de vencerme. Esto debe ser una broma, igual debería ponerme a reír yo también, venga voy a intentarlo, joder se me había olvidado que no podía, me arde la garganta. Poco más puedo hacer ya. Cierro los ojos como si no viese nada. Nada, sigue su risa.
Duérmete.

Mario.

lunes, 28 de octubre de 2013

Como aquellos osos.

Dormía, dormía y dormía. Se tiró tanto tiempo durmiendo que era algo más, lo que había hecho durante todo este invierno era hibernar como aquellos osos de los documentales de Felix Rodriguez de la Fuente. El despertar fue lo más duro, le costó horas asumir dónde estaba, con quién y en qué momento. Se le habían olvidado tantas cosas que por eso a veces se sentía extraño y como aquellos días después de fiesta, con todos los retales a su alrededor. Intentaba llevar a cabo los días con total normalidad pero no lo conseguía, eran tantas las cosas que se le escapaban de las manos, como el perdón, el respeto, la humildad, la tolerancia, el cariño, los abrazos y algo que estaba por encima o que quizás englobaba todo aquello, era el valor, la valentía, el ser valiente. Y siendo un oso eso no se lo podía perdonar, para cosas tan sencillas como alimentarse, tenía que ser valiente. La ausencia de aquello le pasaba factura en todo su entorno, había perdido la capacidad de sociabilizarse, y seguramente antes de empezar a dormir era lo único que se le daba bien, ni la historia, ni el arte, ni la limpieza y la cocina, ni coser y tampoco planchar, solo se sociabilizaba. No sabía si lo valiente era callar o hablar, si partir o quedarse, si empezar o acabar, lo corto o lo largo. Entonces entendió su obsesión por dormir. Pasaba los días solo, pensando en el precio que había que pagar por haberse quedado dormido aquel día y supo que jamás recuperaría los días, que lo que iba no volvía. 

Aquella tarde en las orillas del río mientras intentaba pescar miró a su alrededor con la naturaleza tan despierta y el olor del anochecer, olvidando su dolor. Entendió la valentía de una manera única, y supo que lo valiente no era gritar, ni afrontar, ni empujar al corazón si no que lo valiente era despertar cada día, lo valiente era dejarse sorprender cada mañana y dejar que el momento decida, de verdad que eso era lo que valía. En ese momento por un instinto que le salía de las entrañas metió su zarpa en el río y sacó uno de los pescados más grandes del momento, al llegar a casa lo repartió con todos los suyos y empezó el espectáculo social. Vivir.

Mario.

martes, 15 de octubre de 2013

El capitán se había enterado.

Era capitán de barco pero desde hace tiempo soñaba con ser escritor de libros de esos que hacían llorar y se te clavaban en el corazón como estacas. Ya conocía muchas de las sensaciones que un escritor o lector podía sentir porque el mar era como los libros, producían el mismo efecto. Ambos permitían navegar sobre ellos, sumergirse y hacer olvidar, actuaban como vertederos de sentimientos y hacían respirar sin ningún tipo de congestión. Con todos sus años zarpando a las espaldas aprendió que aunque el llegar a tierra existía, el infinito del mar también, la sensación que producía mirar esa línea recta donde acaba la vida, donde acababan los sueños. El capitán iba recopilando historietas cortas que se le ocurrían en cualquier sitio y con cualquier sentimiento. Las tiendas de libros y los barcos eran muy semejantes porque hacían sentirte como en casa, en los dos daban ganas de quitarse las zapatillas y andar descalzo de arriba a bajo. Las olas abofeteaban como lo hacen las páginas al pasar y el terminar un libro causaba lo mismo que despedirte del mar tras unas largas vacaciones, te deja calmado y en paz, como anestesiado. Pasaron los años y él seguía recopilando sus historietas, ya tenía cientos de ellas cuando pasó algo inesperado. El capitán había fallecido en una de sus largas travesías de la que no volverá jamás. A los pocos días su hijo encontró en una caja de lata todas las historias que guardaba su padre, al leerlas empezó a llorar como si no entendiese nada. Él se encargó de publicarlo. Días después de estar el libro a la venta, mientras desayunaba en su cocina recién remodelada mientras miraba al mar recibió una llamada. El libro se había convertido en número uno en ventas. Al recibir la noticia el hijo levantó la cabeza y vio una tormenta en la playa como hacía años que no veía. El capitán se había enterado.

Mario.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Por el camino.

Amaneció sin rumbo, el billete tenía destino pero él estaba descolocado, como drogado. A penas podía llevar los pensamientos a cabo, los perdía por el camino y los pies se le empezaron a enfriar. Llorar ya no era la solución para aquel abogado recién salido de los pueblos de Castilla. Había perdido la ilusión por la justicia, ya no creía en ella, porque en las relaciones personales se pierde por completo, se tira por la borda y si aún se puede un poco más se pisotea hasta que desaparece. El sol abofeteaba su cara a través  de los cristales y empezaba a temblar. Cuánto le iba a costar asumir esa derrota, asumir el dulce fracaso en forma de decepción, quizás en ese momento fue cuando tuvo claro que se dedicaría al senderismo al menos por un tiempo. Perdió la cuenta de las cicatrices que se había hecho a la quinta subida ya, para él era todo un record y el sabor de la cima le hacía estar en paz, tranquilo y constante. La sexta vez que se retó no salió todo como él esperaba, las ganas le desbordaban y la energía recorría todo su cuerpo, supongo que fue la Luna de la pasada noche lo que provocó ese desgaste a medida que iba subiendo la montaña, perdía aire a borbotones y el color de su piel empezaba a desaparecer, la vista se le nublaba y aun así sacó fuerzas de las entrañas pero no fue suficiente. Poco quedaba para terminar el record cuando se empezó a adormecer, se le cerraron los ojos y la inercia le hizo flotar a cinco metros de llegar. Luchó, luchó hasta que el cuerpo le dejó de responder y el aire desde allí arriba se convirtió el hielo, en escarcha que rompía su piel y cortaba sus labios. Asumió lo que había pasado y se dejó llevar. Se le había olvidado aquello que llevaba tatuado en la piel: Dormir era como morir. 

Mario.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Le obsesionaban los relojes.



Le obsesionaban los relojes, había perdido la cuenta de las veces que dejó la mirada fija en cientos de ellos y la de veces que había roto a llorar siendo consciente de los segundos, los minutos y las horas que se iban. ¿A dónde iban a parar?. Era la pregunta que se hacía todas las noches, buscaba la respuesta por todas las esquinas de su casa, los recovecos de las calles y los huecos de su corazón. Siempre regalaba relojes, cualquier motivo era bueno para regalar uno de ellos, en cumpleaños, bodas, bautizos o cualquier situación en la que podía hacerlo y en su casa había más de cien. Un buen día, harto de todo ello decidió que iba a dedicar el resto de su vida a encontrar el sitio en el que no existiera el tiempo, que todo aquello que lo envolvía no tuviese valor. Viajó por infinidad de países y ciudades buscando la solución y las que más le marcaron fueron su visita al Sahara, los fiordos en Noruega, el monte de Saint Michel en Francia y las cataratas del Niagara. Le marcaron porque fue lo que más se acercó a su respuesta, aquello que anhelaba tanto pero aún así no fue suficiente, no se fue de esos fantásticos lugares con el sentimiento de victoria, por dentro cada vez tenía más grietas y la piel más curtida. Regresó a casa, triste pero feliz por todo lo que había vivido y esa misma noche encontró la respuesta, y esta vez era de verdad. No había el lugar en el que no existiera el tiempo ni en el que no tuviera valor, donde aquello pasaba no era un sitio, era una persona.
Entonces se obsesionó con encontrar a esa persona.

Mario.


lunes, 16 de septiembre de 2013

Esposado.


Estaba sentado en un banco a la sombra en frente del gran edificio que me hacía llorar cuando ocurrió. De la manera más inesperada vinieron dos policías, me agarraron bien fuerte y sin darme ninguna explicación cogieron bien fuerte mis brazos y por las muñecas me ataron a unas frías esposas, a pesar del calor que hacía aquella tarde. Yo solo pedía explicaciones quería saber el por qué de ese repentino secuestro, supongo que como cualquier ciudadano. Una vez más no recibí respuesta y a empujones me llevaron a su fuegoneta donde me sentaron en la parte de atrás de un golpe en los hombros hacia abajo. Yo temblaba, me faltaba el aire y ellos no se inmutaron y seguieron en silencio. Llegué a no se dónde tenía que llegar, allí había filas de gente amontonada y frenadas por unas vallas que les impedía acercarse por el pasillo que tenía que recorrer bajo la mirada de todos y algún que otro grito. Entré totalmente descolocado, abrieron las puertas y aparecí en medio del mayor juzgado de la ciudad. En ese momento yo solo pensaba en el mar, en el mar y en el mar. En los peces, las aves, la arena de la playa, el agua cuando rompen las olas, el viento que cruje y el llanto desconsolado de aquel niño. En la sala apenas había cinco persona aunque era gigante, poco tardó en llenarse de caras conocidas que me miraban bien fuerte a los ojos, yo una vez más me puse a llorar, pero esta vez en silencio, no podía creer lo que estaba pasando. Mientas los invitados al juicio se iban sentando me iban juzgando de uno a uno, a gritos delante de toda la sala y de todo el universo que se me calló encima en ese momento. Inmediatamente me acordé de la sensación del hogar, de esas cuatro paredes que no eran solo hormigón, me acordé del sofá, de la cama, de la mesa de la cocina y del perro siempre paseando. Me puse muy nervioso y esposado aún me di la vuelta, miré a varios de ellos a los ojos fijamente y grité bien fuerte.

La sala se quedó en absoluto silencio, nadie se atrevió a moverse. A los pocos segundos el guardia de seguridad se acercó a mi y con una llave me desató del infierno. Yo corrí, seguí corriendo y me fui. Al salir de allí me di cuenta de que el invierno había llegado a pesar de que el otoño no había empezado.

Mario.

domingo, 11 de agosto de 2013

Me robaron el verano.

Me di cuenta nada más despertar, quise disimularlo e intenté taparlo pero no, me robaron el verano. Tardé pocos segundo en romper a llorarle pero las lagrimas no duraron mucho tiempo, aunque me acordaba de las veces que quise tapar su robo con otros pensamientos. Me negaba a quedarme de brazos cruzados entonces hice la mochila y salí a buscarle, llevaba solo lo necesario, un par de cambios de ropa, botellas de agua y lo más importante, un mapa gigante que me llevaba minutos doblar, era de los de todo el país con miles de carreteras e indicaciones. Cerré la puerta de mi casa dando un golpe para que se enterase todo el vecindario que lo que estaba haciendo era salir a buscar mi verano, que me lo habían robado. Salí andando con más firmeza que nunca carretera adelante, sin ni si quiera haber mirado el mapa, no me interesaba esta vez. Me pasé durante infinitos días andando sin saber dónde estaba y sin saber a dónde llegaría, lo hice rápido con miedo a que terminase el verano sin haberlo encontrado. No quería que su búsqueda consistiera solo en caminar y más caminar, por lo menos esta vez. Después de estar a punto de resignarme varias veces y darme por vencido encontré un cartel que anunciaba "Finisterre" a siete kilómetros. Empecé a correr, muy rápido, cada vez más rápido. Tres, dos, uno... y por fin había llegado. Me asomé al precipicio donde abajo estaba el mar, mire más al horizonte que nunca y se me paró el corazón. No estaba el verano, y a la vez que lo pensaba me apretaba más el corazón, no lo había encontrado y para ser el colmo también había perdido los días que llevaba buscándolo. Pero no me fui con las manos vacías, había encontrado otra cosa que no era sustituible pero lo que si era es arrebatadora. Había encontrado el invierno, entonces me dejé caer.

Mario.

miércoles, 31 de julio de 2013

Su gran pista de baile.

A la mañana siguiente se lo encontró tan diminuto tirado en el sofá, lleno de inseguridades y nostalgia, había pasado toda la noche tocando el viejo piano que se encontraba en la esquina del salón, su gran pista de baile. Lo sabía porque al entrar por la puerta y verle allí, mi cabeza se llenó de imágenes de cosas que había estado haciendo esa misma noche, porque no solo había tocado el piano. Sin ser consciente del todo revolvió entre los álbumes de fotografías antiguas y sonreía al verse tan joven, con la cara tan iluminada, dio vueltas por toda la casa recordando momentos que había vivido allí, pero hay algo que me llamó la atención con bastante diferencia y era la forma en la que se derrumbó frente al piano tocando aquella melodía. Me preguntaba el por qué, era tan feliz aparentemente, no tenía ningún motivo visible por el que sentirse así, tan roto que fue incapaz de recomponerse. Enseguida me puse a pensar e intenté sacar mis propias conclusiones mirando las antiguas fotografías. ¿Qué era lo que me quería decir esa cara tan dulce? Repasé varias etapas de su vida buscando entre aquellas páginas y no puedo negar que en numerosas ocasiones esbocé varias sonrisas al verle allí tan bien plasmado. Después fui hacia su habitación y aunque se que no debía revolví entre sus cosas, sus discos, sus libros, su ropa, sus perfumes y acabé en su ventana porque a veces no nos damos cuenta y no somos conscientes de ello pero a mi siempre me dijeron que somos lo que nos rodea, y cuesta mucho tiempo convertirte en lo que te rodea, pero cuando lo consigues lo haces con firmeza. Tenía, una teoría, era absurda pero me encantaba pensar en ella, y es que si se mezclase en una caja, tu libro favorito, tu película favorita, tu disco favorito y tu perfume favorito y se agitase bien fuerte saldrías tú. Era divertido. Me encantaba pensar en cuáles serían los favoritos de los demás y a veces acababa tronchado de risa pensándolo sobre mi cama. Entonces me puse a pensar en cuáles eran los favoritos del que se encontraba tirado en el sofá de mi casa, en realidad no tardé mucho en saberlo o al menos creer que lo sabía y fui corriendo al salón, había adivinado por qué se derrumbó aquella noche frente al piano pero esta vez era tarde. Se quedó muerto esperando. Una vez más.

Mario.

lunes, 22 de julio de 2013

Camina Lobo, camina.

Esta vez no era humano, era animal, para ser más concreto era un Lobo. Tenía el instinto dentro de mi y la mirada que asesina a la vista kilómetros atrás. Era un lobo en éxtasis, llevaba toda la noche soñando con batallas que no terminaban y en las que tocaba coger las riendas. En frente estaba el bosque y al final la guerra, tan fría como este invierno. Tuve que hacerlo, me vi obligado a pertenecer a esa batalla, entonces me introduje en el bosque. Estaba acobardado y lo hice de una manera muy sigilosa, mi forma de caminar daba de todo menos respeto pero seguí andando, a medida que avanzaba iba sufriendo una transformación demasiado peculiar, a veces lenta y a veces demasiado rápida. Conseguí ganarme a todos los animalillos que se me acercaban de la manera más natural y espontánea que me podía salir de las entrañas y eso que no era nada fácil. Y aunque lo resuma rápido tendréis que saber que el sendero por el que iba fue bastante duradero y a veces se me hizo eterno. Al rato noté como entraba en mi un oxigeno audaz, como los lobos, que hacía que me sintiera mejor y me dejé llevar. Pisé más fuerte que nunca apoyando la garra con todas sus almohadillas y uñas en el suelo, una tras otra, hasta crear el movimiento de las cuatro a la vez, el rabo iba dando fuertes coletazos de un lado a otro y ya quedaba poco para ver el fin. Solo me faltaba subir la cabeza y estiré el cuello, dejando claro que mi cabeza estaba por encima del cuerpo. Cuando me quise dar cuenta todo funcionaba al unísono y todo el ambiente que se había creado parecía estar en armonía, todos estaban de acuerdo, y ahora si, al que no estuviese de acuerdo me lo cargaba. Salí del bosque, había llegado al final y lo tenía más en frente que nunca. Ya no era cuestión de que me salieran las cuentas, era pura cuestión de orgullo y toneladas de satisfacción. Esta batalla era personal y la iba a ganar yo. Lo que hice fue mirarla a un centímetro de mis ojos y la desafié fuertemente con la mirada. "Inténtalo si te atreves" dije susurrando. 

Camina Lobo, camina.

Mario.

lunes, 15 de julio de 2013

Skyfall.

Por la intensidad de sus notas pensé que el mundo se iba a acabar en el último segundo de la canción. Todo coincidía, mientras se cerraba la puerta del ascensor justo en ese momento la canción decía "This is the end", al darme cuenta de lo que suponía cerré los ojos y el piano siguió sonando. Sentí como en ese instante mi corazón empezó a latir más y más rápido y mis pasos cada vez eran más firmes y a la vez extremadamente tenebrosos. En la canción el cielo se iba destruyendo y en mi cabeza también estaba pasando lo mismo, era la primera vez en toda mi vida que sentía aquello, tenía miedo. Mentiría si dijese que era normal lo que estaba pasando, era como si yo estuviese componiendo aquella canción que estaba sonando a la vez que la iba sintiendo y escuchaba por primera vez en mi vida. Era inexplicable. Los músculos de la cara se me paralizaron por completo y pensé en darme la vuelta y echar a correr hacia casa pero no podía, el cuerpo no me respondía. No sabía a dónde iba pero andaba más rápido que nunca. Cada vez que pronunciaba el verbo "Let" sentía como si me disparasen en la sien. A pesar de todo yo seguí caminando calle arriba cuando un coche se paró en frente mía, no reconocía a su conductor pero entré dentro de él, sabía que me estaba esperando. Me monté en silencio y no cruzamos ni una sola palabra, quedaba un minuto de canción. Le miré de reojo y bajé la ventanilla, durante diez segundos me costó respirar por todo el aire que entraba y golpeaba en mi cara. De repente sentí como me iba apagando y me iban desapareciendo partes del cuerpo, poco a poco me iba a haciendo invisible y sentí aquella manera tan peculiar de adormecerme. Qué placer. Por último se me cerraron los ojos y dejé de existir, la canción había terminado.

Dormir era como morir.

Mario.

martes, 2 de julio de 2013

Su vestidito de niña azul.

La vi de lejos llegar, era Alicia. Había abandonado el País de Maravillas para venir al de la rutina, quería pasar un año entre nosotros, saber cómo nos comportábamos y observar hasta el último gesto que hacíamos antes de ir a dormir, me daba la sensación de que ella se sentía un poco extraterrestre. Llegaba con la maleta a cuestas y con su vestidito de niña azul, llevaba varios meses preparando este viaje, la dije que subiera a casa, miró hacia arriba y sacó del bolsillo un papel en el que se aseguraba de todo lo que había organizado, estaba en la dirección que la habían mandado, en la puerta se encontró al dueño de la perrera con el pastor alemán que le habían adjudicado, yo era él, el chico que la agencia matrimonial le había buscado para afincarse en Madrid. No nos conocíamos de nada. Al subir a casa la di un abrazo de desconocidos con mucho ímpetu y la dejé descansar y deshacer la maleta en nuestra habitación, yo me fui al salón para que estuviese sola y asimilara que ya no iba a ser Alicia y que este no era su País de las Maravillas. Para que todo la pareciese un poco familiar al perro le puse la careta del gato de su País y yo iba corriendo a todos lados con un reloj entre las manos. 

Pasaron los meses y nos destrozamos sin hablarnos, ella no soltaba palabra a pesar de que yo fingía a la perfección que éramos una pareja con mucho amor. Llevaba tiempo notando que la vida la dolía, y la pillé varias veces viendo su película llorando en la habitación de invitados, no la dije nada, cerré la puerta y ella jamás supo que la vi allí. El día de su vuelta no fue un día normal, ella no quiso que fuese normal cuando llegamos al aeropuerto fingiendo hasta el último momento, la dejé en la puerta de embarque y al entrar se dio la vuelta y vino corriendo hacia mi. Se me acercó al oído y me dijo: "Tú eres mi maravilla". A mi se me paró el corazón.

Mario.

viernes, 28 de junio de 2013

La Ciudad.

Iba en el tren, todo estaba oscuro, apenas podía ver por la ventana y no distinguía cuál era el paisaje que tenía en frente, en mi propia cara. Al llegar a la estación saqué mi maleta con tanto silencio que parecía que la noche se iba a romper, y con ese mismo silencio abandoné el tren después de atravesar tres andenes, no era casualidad. La maleta me llevaba y estaba empezando a hacerse de día cuando subí las escaleras de la estación, sinceramente, no se en qué ciudad estaba, pero lo que tenía claro es que era La Ciudad.

Cuando ya por fin tenía los dos pies pegados sobre el asfalto vi que todo era tan armonioso que tuve que  alzar la cabeza y mirar bien arriba. Me di la bienvenida.

Mario.

sábado, 8 de junio de 2013

¿Y si dejamos de respirar?

Lo volví a decir, dormir era como morir. Y me desperté, sin apenas poder abrir los ojos ya estaba despierto, fue de un sobresalto. Martizallos en mi cabeza, golpes duros que no pensaban volver. Lo que había pasado es que costaba que el aire llegara a mis pulmones y me hice la dura pregunta temblando: ¿Y si dejamos de respirar? Fue terminar la última palabra y rompí a llorar, lo hice por todos los meses que tenía pendiente hacerlo. Sentí a la hienas reírse a mis espaldas y lo que hice fue abrir la jaula de las leonas aunque no se por qué no quisieron salir, no había nada más heroico y profundo. Rompí el cielo y aquella mañana prometió desaparecer, rompimos la promesa y empezó a llover, el verbo fingir se repetía en mi sien y mientras, la niña paseaba sin zapatos por el norte de España. Llegué a la estación de autobuses, el único requisito que pedí en taquilla era que el destino tuviese playa, el resto me daba igual. Me empezaron a llegar a la cabeza miles de imágenes de gente llegando a los aeropuertos, puertos marítimos, estaciones de trenes y hasta carreteras vacías, yo quería una historia así, sin sobresaltos. Seguía llorando pero esta vez riendo a la vez. Quise romper las ventanas y las cristaleras y me hice de plástico para poder fundirme aunque lo hice sin sentir ese ardor dentro de mi. Cuando me bajé del autobús la bofetada de olor a mar me llenó de vida y me hizo acordarme de que estaba allí, que había llegado. Allí no había nadie, así que decidí correr.


Mario.

martes, 4 de junio de 2013

Las flores no crecen los lunes.

Dormir era como morir. El Sol quemaba mis párpados, sin apenas poder pronunciarme, algo hizo que enmudeciera por dentro. Dejé de inmunizarme, aquel primer día de mes me di cuenta de que las flores no crecen los lunes, mientras caminaba, andaba sin parar, llevaba tantos kilómetros encima que había perdido la cuenta, había perdido tanto que olvidé hasta el equipaje en el último albergue. A escasas horas de parar en seco encontré un cartel, el camino era áspero y no veía el final, me recordaba a cuando te sientas a orillas del mar y juegas a imaginar dónde termina y te preguntas en qué momento dejará de haber agua. El cartel anunciaba una fiesta, algo me decía que yo tenía que estar allí, y no por gusto precisamente. Apunté todos los datos en la libreta que ya formaba parte de mi y la volvía a guardar en el bolsillo. Seguía caminando y se me pegaba el aire en la piel, cada vez más, cada vez más. Encontré caras conocidas a lo largo de este viaje, esas caras me hacían muecas como intentando querer decirme algo importante, se habían quedado mudos, como yo. Aparecían y desaparecían, reían, lloraban, enfurecían y carcajadas rompían el silencio ahora, un silencio que ya taladraba en mi interior. Había perdido toda la normalidad que llevaba encima. Por un momento me olvidé de todo el silencio e imaginaba escenas de aquella fiesta, bailando, bailando sin parar, bailando hasta perder la soledad. Era tan divertido. Me rendí a la culpa y dudé de mi existencia, pero solo por segundos. Empecé a notar el mismo el mismo calor que cuando quemaba en mis párpados, esta vez por todo el cuerpo, me dejé de vencer y llegué. Había remontado.

Volví a casa, lo primero que hice fue tumbarme en el sofá y sin darme cuenta me quedé dormido.

¡Que empiece la fiesta!

Mario.

domingo, 2 de junio de 2013

Con lo que no habían contado.

Ella no iba caminando aquella mañana cuando salió de casa, eran sus piernas quien habían decidido tener vida propia días atrás. Había dejado de respirar sin apenas darse cuenta, quiso continuar viviendo, que no respirando. Con lo que no contaba era con que los días nos hacen más completos y las noches nos destrozan. Los pájaros hacía un par de horas que empezaron a cantar, la lluvia ya abofeteada su cara y tenía los labios cortados. ¿A dónde iba?. Había salido de casa. 
Sus ojos también habían dejado de ver, por lo que solo ya miraban con poco entusiasmo. Noches atrás se agarró bien fuerte las manos y se dijo a si misma: "A estas alturas deberías saber ya cómo actuar". Con lo que no había contado es con que se acababa de enterrar al pronunciar esas palabras, con que esa frase la había llevado a profanarse dentro de aquel ataúd en forma de pájaro y con que la iba a costar ver la luz del sol hasta años después. Ella escribía canciones para nadie cuando menos lo esperaba, escribía historias y a veces hasta poemas, con lo que no habían contado era con la manera en la que se ella se desgarró frente al piano cuando escribió aquella canción. Desde entonces estaba vacía por dentro, pero aunque os sorprendáis seguía haciendo vida propia, era maravilloso. Me recordaba a la peculiar forma que tienen de caminar las avestruces, la forma de pronunciarse de los tucanes, y la clase impregnada de los anaranjados flamencos. Pasaron días, meses y años y el gélido glaciar era lo único que habitaba dentro de ella, pero sin darse cuenta  el tiempo hizo que volviese a respirar, todo tan repentino como irónico. Meses después la encontraron camiando por el paseo que bordeaba aquella playa que tanto añoraba, se dice que mientras iba caminado fijó su mirada en la ventana de aquel primero del edificio central, a los pocos segundos salió un chico por la ventana, la miró y la sonrió pícaramente.
Con lo que no contaba era con que acaba de cambiar su vida por completo. Te lo merecías tanto.

I'll fin de the way.

Mario.

jueves, 18 de abril de 2013

Ser Luna.

Nadie se había dado cuenta, y eso que la casa estaba en silencio. En uno de mis viajes en avión lo había hecho, me había quedado colgado. La Luna se presentó en frente de aquella ventana de plástico y no tuve más remedio que transpasarla, te juro que yo no quería pero me vi obligado. El avión siguió su rumbo y como os anunciaba yo me había quedado colgado de una de las puntas de la luna en ese mismo instante. Aún me lo pregunto, no se si dejarme llevar hasta allí fue la mejor opción que se me puso por delante. Vivo el día durmiendo, andando sonámbulo por las calles y generalmente sin sentir pero cuando llega la noche algo pincha mi estómago. Cuando llegué a la Luna estaba solo aunque desde allí arriba se veía todo de una manera que no se explicar, que me gustaría que vieseis con vuestros propios ojos. Lo primero que hice fue llamar a mi madre para contarle lo diferente que era todo allí, estaba pendiente de un pico que me hacía colgar a través de mi ropa y no me soltaba, esa sensación me gustaba, estaba tan seguro allí arriba. De vez en cuando ella me miraba y me sonría pero a veces la ostia no podía ser más grande, era como si me cogiesen de la cabeza y me agitaran, así era como se quedaba todo. Los días pasaban y yo me iba alimentando de sentimientos que hacían que acabase el día hinchado, lleno, a un solo paso de rebosar. Con el tiempo la verdad es que me acostumbre y a los pocos días tuve claro que tenía que tomar una decisión, lo hice, aunque no os lo creáis yo lo hice. Me quedé a vivir allí y en voz muy bajita se lo dije: "De mayor quiero ser Luna".

Mario.

Qué sabe nadie.

El jóven aspirante a cirujano hablaba con su amigo por teléfono aquella noche oscura y lluviosa de Marzo cuando de repente se abrió el techo. Lógicamente colgó el teléfono y se quedó mirando fíjamente aquello que estaba pasando, boquiabierto. Segundos más tarde el teléfono sonaba, era su amigo quien esta vez no conseguía respuesta. Del techo salió un genio, pero no como el azul de las películas, era amarillo, muy agrio, a la vez que contaba una leyenda que cambiaría la vida del aspirante a cirujano. Solo la mayor felicidad le llevaría a la muerte. El genio desapareció en un instante mientras el jóven entró en un debate que tendría un final: ¿Vivir enternamente o conseguir la felicidad momentánea y morir?. Lo tenía claro, el debate solo le duró un par de minutos en los que se repetía lo mismo. Se tiró durante dos días haciendo cosas que le producían felicidad, pero con el miedo de pasarse y quedarse sin hacer la última, con la que tenía claro que iba a ser la última. En aquellos días el aspirante se rebozó por el cesped en la montaña, viajó a la playa más cercana para observarla durante horas, cantó su canción favorita en la azotea de su casa entre otras cosas. Ya habían pasado dos días y aún no había muerto. Aquella noche cuando llegó a casa se vió preparado para hacer la última, la definitiva. Llamó a Nuria, de quién estaba en enamorado en silencio y quedaron al poco rato. Nuria llegó a su casa a la hora y allí estaba el aspirtante tan tirado en el sofá, le dijo que se acercará, se apoyó en su tripa mientras sentía el tacto con su cara y su corazón. A los pocos segundos ya no podía abrir los ojos, los había cerrado eternamente.

Qué sabe nadie.

Mario.

lunes, 14 de enero de 2013

Cierra la puerta y ponte el disfraz.

Cierra la puerta que se escapan los gritos. Cierra la puerta que el niño va a empezar a llorar. Cierra la puerta porque este eco me está matando. Cierra la puerta que se va corriendo el miedo. Cierra la puerta y da un portazo porque el invierno ya está aquí, ya te lo avisé. Cierra la puerta que la historia continúa. Haz maletas llenas de sueños, fracasos, crudezas hechas para luchar y alguna que otra risa. Corre, aprovecha que el monstruo duerme y cierra la puerta. Aprovecha para gritar bien fuerte y pintar tu vida por toda la pared. Aprovecha que no nos ve nadie, que luego habrá que cerrar la puerta. Cierra la puerta porque si no me voy a escapar por la ventana. Por favor, cierra la puerta porque oigo cosas que ya no están. Cierra la puerta y ya no mires atrás porque igual te da miedo volver. De verdad, cierra la puerta y dejemos de dramatizar.

Estate preparado, porque hoy el que cierra la puerta soy yo.


Mario.

jueves, 3 de enero de 2013

Hay un agujero en la pared.

Él era profesor y licenciado en filología hispánica pero esa noche no era solo él, nueve personas más le acompañaban al rededor de la gran mesa redonda del salón de sus padres. Quizás uno de los momentos en los que mejor se ve cómo son las personas es sentados en la mesa, en cualquier comida, banquete o cena navideña, por eso él tenía tanto cuidado. El jamón, las copas de vino, los platos, las vajillas de plata e incluso la rica sopa de marisco a su vista habían pasado desapercibidos esa noche. Solo repetía una cosa que parecía insonora para el resto de invitados. Hay un agujero en la pared. Recuerda días después que entonces estalló una copa y los inocentes pensaron que había sido de los cambios de temperatura y el desgaste. Qué ingenuos. De lo que no se dieron cuenta es de que la copa estalló por toda la rabia que contenía dentro y que no supieron ver y por supuesto, de lo que no quisieron escuchar. Hay un agujero en la pared. Por un momento dejó de escuchar y no lo hizo inconscientemente, era muy consciente de las cosas que quería que hubiesen encima de la noche, encima de la cena. Mientras, todos se volvieron locos, los padres, los abuelos, los tíos, los locos y por supuesto, el perro. Como nadie le escuchaba tiró del mantel dejando la mesa completamente vacía, pero no era lo único que había vacío esa noche, y no era él.

El profesor lo llevaba advirtiendo toda la noche. "Hay un agujero en la pared", decía. y acabó entrando. Al menos, el mar estaba al otro lado del agujero.

Mario.