lunes, 28 de julio de 2014

Maldita línea.

Cierro los ojos y huelo a mar, puedo estar en la playa del mundo que yo elija, hace sol pero aún se puede estar bajo él. Si abro los ojos me encuentro la maldita línea donde el mar pierde su nombre, me sumerjo en ella y no consigo llegar hasta allí. Quizás es que tú te encuentras en ese horizonte donde la vista no me permite llegar, y claro, de ese modo nunca podremos estar los dos juntos. Se me ocurre una sola cosa para poder rozar tu piel. Bajo las escaleras de piedra que me llevan hasta la orilla, lo hago lentamente, no tengo prisa pero mi corazón empieza a empujar al resto de mis órganos hacia fuera dejando vacío todo mi cuerpo. Al llegar a la orilla me paro, miro firmemente esa línea que tan mal me produce. Se que estás ahí. Mojo despacio mis pies hasta dejarlos cubiertos sintiendo la arena debajo de ellos. Me voy metiendo poco a poco en la boca del lobo y cada vez el mar cubre más mi cuerpo, hasta perder mi densidad y encontrarme flotando, en esa playa que lleva tu nombre. Suelto mi cabeza y abro las puertas de mi corazón, lo único que me queda, para que se escapen todos mis sentidos y la marea los arrastre hasta donde estás tú. Maldita línea. El mar se está enfadando, ya no quiere que intente alcanzarte pero joder, no es justo. Quiero saber qué hay después de esa línea, qué hay donde tú estás para que te impida llegar hasta aquí. Decido calmarme y el mar conmigo, y sigo dejando que esos sentidos me abandonen y vayan hacia buen puerto, si vuelvo a cerrar los ojos consigo tocarte, consigo dejar escurrir los dedos sobre tu frágil cuerpo y siento la suavidad de tus labios, esta vez llenos de sal. Agua salada que corre por mis venas, que quema con fuerza y provoca el deshielo. Se que estás ahí. Avanzo, siento la esperanza de poder llegar hasta esa línea e invierto las horas que ya no me quedan en nadar, nadar hasta ti. Mis pies dan empujones de rabia, ellos también quieren llegar allí y se conectan con todo mi ser provocando un baile que llega a ser más elegante que la propia muerte. Elegante y sensual, tenaz, firme y decidido. Descanso en medio del océano como un gato panza arriba donde el mundo ya solo es azul, lo mire por donde lo mire. Norte, sur, este y oeste. Me veo con fuerzas para llegar hasta esa línea pero cuando estoy decidido me doy cuenta de algo. Estoy rodeado únicamente de esa línea por los cuatro horizonte que me aprisionan. He avanzado tanto que solo alcanzo líneas infinitas. Mierda, ahora en cuál de ellos estarás tú. No hay solución pero me sorprende la tranquilidad con la que me repercute todo aquello, incluso me llego a consolar diciéndome que qué más da. Ahora si, el único remedio es sumergirme, lo tengo todo controlado. Maldita línea.

Se que estás ahí.

Mario.

domingo, 20 de julio de 2014

A once mil pies.

En ese preciso instante de esa misma noche yo iba sobre volando en un avión tu ciudad a más de once mil pies de altura y ¿sabes qué?, me pareció verte desde allí arriba. Estabas en nuestro parque donde íbamos a besarnos y a olvidarnos del mundo, donde solo nos podían ver las ardillas que tu dabas de comer con tanto cariño y tanto amor que parecía que el corazón se te iba a estallar en mil pedazos por toda la fragilidad con la que lo hacías. Del dolor que sentí al recordarlo y al verte allí contraje mi abdomen de una manera tan brusca que dolerá siempre. Dolerá porque yo ya no estaba allí abajo, en ese parque. Dolerá porque tú decidiste que ya no había hueco para mí y yo me preguntaba si es que alguna vez lo hubo. Todo el tiempo que insistí en quererte hoy se esfumaba por encima de las nubes que chocaban contra este maldito avión que nos separaba, y poco a poco, iba desapareciendo tu imagen de mi ventanilla que tan solo quería reventar a golpes para poder tirarme y caer justo encima de ti. Para enredarnos con más amor y para que sepas que aunque me cerraste de un portazo, desde aquí arriba se te ve mucho mejor. Pasará el tiempo y yo seguiré estando en cualquier avión, tren o autobús que tenga que coger para poder querer. Y si alguna vez tú también quieres buscar ese querer, piensa que en algún hueco de mis entrañas te siento y estoy convencido de que volveremos a encontrarnos, en ese parque, con esas ardillas y con todas mis ganas apoyadas sobre tu pecho. Empecé a llorar e hice que sobre esa ciudad que no me atrevo a nombrar, cayese la tormenta de verano con más rabia que se recuerde jamás. Te tenías que ir, ya era tarde, estabas empapado y ya no quedaban ardillas ni corazones con los que te pudieses enredar esa noche. Solo pediré que al menos algún día de todos estos años que se nos vienen encima, en algún despertar te acuerdes de mi nombre, de lo que pudimos ser y de lo que no quisiste que empezásemos a ser. Ahora me voy a dormir y en cuestión de pocas horas llegaré al otro lado del mundo, el que podríamos compartir.

Mario.