jueves, 27 de septiembre de 2012

Aquel escritor holandés.

Allí estaba en ese sofá de pana azul aquel escritor holandés que tanto había soñado. Cuando sus manos se posaban sobre las teclas de cualquier teclado se hacía la magia y conseguía parar el mundo con tan solo un chasquido. Hablaba del tiempo o del amor, de las sábanas o el colchón mientras el calor llegaba a las yemas de sus dedos. Todo el tiempo que había invertido en romperse la cabeza por las noches y en crear escenas que jamás se llegaron a proyectar estaba flotando en esa habitación, y él se volvió invisible, lo hizo para convertirse en poesía, para que sus ojos se convirtieran en sus manos y se uniera la mente con el cuerpo. Dejo de oír todas aquellas voces para dejar paso a ese piano que tanto dolía, sentía como estrujaba su brillante cerebro y como aplastaba dulcemente su corazón. La presión se hizo con el, se iba ahogando a cada segundo, se quedaba sin respiración y rompió a llorar. Tiró el teclado a un lado y agarró fuerte el cojín, empezó a escribir palabras en la pared que aparentemente no tenían ningún sentido pero todas juntas eran como aquellas historietas que hablaban del opio y las grietas. Se desvaneció. De repente yo abrí la puerta, le miré fijamente y allí estaba, tan tirado, tan invisible.

Let it be.

Mario.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Se ha acabado el verano.

Lo de aquella mañana no fue algo del todo normal. Sientes arrastrarte por el corto pasillo de tu casa, cada paso es un mundo y al llegar al baño comienzas a desnudarte poco a poco, con la cabeza agachada. La fuerza con la que subes el mango de la ducha te parece eterna y esperas a que el agua caliente empiece a salir. Evitas el espejo. Primero un pie, luego otro pie. No tienes ninguna prisa, te repites lentamente por dentro. Dejas caer litros y litros de agua por encima de tu cabeza y te duchas como cualquier día aparentemente mientras sientes todas las gotas que impactan de manera escalofriante sobre tu humilde cuerpo. Esta ducha ha sido tan larga como aquellas películas de asesinatos interminables. Cortas el agua. Sin darte cuenta te has quedado quieto, muy quieto y sin ánimo de reacción. No eres consciente. Has dejado tu cuerpo caer sobre la pared izquierda de la ducha y a su vez la frente apoyada contra la baldosa. Has perdido el norte y los minutos que habrás pasado en esa postura sin pensar en nada o en todo, no lo se. Continúas el lento arrastre por el pasillo como si estuvieses aprendiendo a andar y cuando quieres darte cuenta ya has llegado al salón, has abierto la puerta y has entrado en él. Párate en seco y da una vuelta de reconocimiento, te dices a ti mismo. Comienzas a andar hasta llegar a la ventana, sientes como todos tus dedos van abriéndola lentamente y te asomas, en ese momento te da el primer rayo de sol en la cara y se concentra toda la energía del universo en ese instante. Se ha acabado el verano. Destrózame.

Mario.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Pianos de cola.

Había llegado el momento, subí cada piso del edificio Empire State Building de Nueva York como si fuese el último. Cada piso representaba una cosa aquella mañana. El último era el cielo de aquella gran ciudad. Desde ahí podía ver absolutamente todo, lo que estaba y lo que no. Miré al frente, numerosas veces para comprobar hasta donde me acompañaba la vista, pero solo la vista. No tenía ningún tipo de vértigo pero me pensé varias veces si mirar al suelo para ver lo que había 381 metros más abajo. Cogí fuerza y miré, estaban todos y cada uno de ellos, como si de una reunión se tratase, se habían juntado sin ni si quiera ellos saberlo, solo yo.Mi cuerpo estuvo a punto de desvanecerse y tuve ganas de llegar bajo. Dime que esta escena no es elegante y me tiro.Dime que las noches subidos al atril recitando poemas de Bécquer no han existido y me tiro. El sol ya había hecho todo lo posible y se encontraba en lo más alto, paralelo conmigo. Por un momento me imaginé aquellos pianos de cola cayendo sobre alguno de ellos como en las películas. Aquellas personas que se habían convertido para mí en hormigas empezaron a desaparecer, convirtiéndose en una batalla emocional, ética y sustancial. Y justa, muy justa. Desapareció todo el mundo, no solo ellos y me vi solo en aquel edificio, en aquella ciudad y en aquel gran país. Puse el par de libros que llevaba en mi bolsa en el suelo, en forma de montón y me subí encima de ellos. Estaba aún más alto si podía. Solo pude hacer una cosa, la última cosa. Gritarle a todo Nueva York con el sol encima fue lo más desgarrador y eterno que había vivido hasta entonces.

Mario.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Lo mejor.

*Hoy me doy el lujo de dejar las fábulas por un día y de hablar de hoy.

Lo mejor es cuando sube la marea, cuando baja, cuando sale el sol y cuando sale la luna. Lo mejor son las palabras de amor, el reconocimiento y el afecto. Lo mejor es cuando empieza el día y cuando acaba, cuando lloras y cuando ríes. Lo mejor es el respeto, la tolerancia y la inteligencia. Lo mejor es querer, amar, empezar a edificar. Lo mejor es cuando llegas y cuando te vas, lo mejor es volver, cuando abres y cuando cierras. Lo mejor es la lluvia, que arrastra y el sol cuando luce de frente. Lo mejor es cuando crees, imaginas y padeces, no compadeces. Lo mejor es querer, poder y caminar. Sembrar, recoger y volver a sembrar es lo mejor como cuando me siento flotar por las nubes y piensan que estoy loco. Lo mejor es parar, pensar, obviar y volver a retomar, reconciliar y perdonar. Lo mejor es cuando escribes, cuando hablas y cuando cantas. Cuando te emocionas, lo mejor es cuando explicas, cuando entiendes y cuando toca cuidar. Lo mejor es sonreír y hacer reír cuando has decidido vivir. Sentir, cuando sientes es lo mejor, porque lo mejor es sentir.

Lo mejor de cada uno son las sábanas de un rey.

Mario.

martes, 4 de septiembre de 2012

Las sirenas de la Odisea.

Aprender a controlar el silencio fue de las cosas que más me costó. Cada vez me gustaba más, pero solo faltaba un paso, el silencio físico lo sentía muy dentro de mí pero me faltaba el interno. Me hubiese gustado callar por dentro y dejar mi cabeza reposar sobre las olas del mar, se lo merecía tanto. Yo estaba allí en la proa de ese barco sin saber casi a donde me iba a llevar. Los marineros vestían de azul y las señoritas paseaban sus uniformes verdes como si de vestidos de Channel se tratasen. Me encantaba. Estaba solo, había decidido por mí mismo hacer ese viaje solo, no quería estar al lado de nadie. Conocí aquellas ciudades de las que tanto había leído y en las que tantas veces me había imaginado. Por un momento creí tener en frente a las sirenas de la Odisea pero enseguida cambié de opinión, llevaba tantos efectos alucinógenos encima que no podía controlar la situación. Por las mañanas me gustaba mirarme al espejo, era lo primero que hacía al levantarme, me miraba y me tiraba diez minutos con la mirada fija en el espejo, me encantaba pensarme. Ya veía la isla de lejos y el cielo ese día se había librado de las nubes. Me bajé del barco con una sensación extraña que apenas me dejaba continuar. No había nadie detrás pero de repente me di cuenta. No estaba solo, me seguía mi sombra.

Mario.

domingo, 2 de septiembre de 2012

La última función.

El verano se fue y yo me quedé helado con restos de escarcha en mis hombros. Esa noche me dejé arrastrar, todas mi neuronas las ahogué en el vaso donde aún duerme ese pez de plástico, él me entiende. Y ellos que se olvidaron que sentía, que el robot cómico no quería funcionar más, entonces, muérdeme. escúpeme, lánzame hasta quedarme con el suelo. El asfalto que ayer quemaba hoy me congela las entrañas. Dedícame un tango y acabemos de una vez por todas esta función, la última función. Déjame que abandone el mundo respirando, solo, porque el teatro se hace encima de los escenarios. Que allá donde yo esté descansaré, en esa ciudad con vida, con mi vida. Ahora se por qué acabé aquella tarde frente a ese cuadro, por qué se me pararon las piernas y sentí la sordera durantes unos segundos, yo estaba allí, atrapado en el cuadro y asumiendo que jamás podría salir de él, que allí me había quedado a vivir. Aún me dan miedo los colores oscuros, los murmullos de la gente que quiere entrar en mi cabeza. Bestias y monstruos esperando juntos por primera vez a la batalla. Abre los ojos y guarda silencio, cualquier latido de tu corazón puede hacer temblar este encuentro. Los eclipses se apoderan de mí, los pilotos rojos ya se han encendido y ya me apuntan a mí. Han comenzado a grabar. ¡Que empiece la función!

Mario.

El entierro del Sol.

Cuando el entierro del Sol llegue, ya nos abremos marchado. Nos habremos abandonado y nuestros pies estarán sangrando. Estaremos agotados, tirados sobre nuestros pensamientos, arrastrados por el asfalto que al ir descalzos es quien no ha quemado. Solo sóplame, abre los ojos y dime que ya está, que ha acabado la guerra y que no hemos terminado siendo un cuadro del pasado. Ya ha anochecido y mañana saldrá la luna por primera vez en cien años. Envuélveme, déjame dormir en tu espalda una noche solo, solo la última noche. Después te dejaré marchar, te dejaré hasta que no digas adiós, ya me despido yo por tí, ya me encargaré yo de quedarme en mis sueños, de arroparme, de hacer un hogar allí. Y si vuelves sabes que ese hogar es el tuyo, mi pequeño y humilde salón será tu pista de baile y al dormir me convertiré en tu colchón. Cerraré la habitación esta vez con llave, para que no entre ni un solo ápice más y que al morir siga siendo el lugar del que salimos los dos por primera vez, apretándonos las manos y sabiendo que todo se quedó allí, intacto.

Mario.

El sonido.

Corre, coge la maleta, acabo de escuchar ese sonido. Me dijeron que cuando lo escuchase saliera corriendo, que no mirase atrás. Así lo he hecho, me lo prometí a mi mismo. Ahora soy todo incertidumbre, me encuentro en mitad de la estación, quieto, mientras todo el mundo corre a mi alrededor. No sé si quizás debería haber ido al aeropuerto, seguro que me llevaba más lejos. En unas horas todo cambiaría, todo empezaría de nuevo pero antes déjame que me siente a orillas del mar. Hace tiempo que quería hacerlo y posiblemente en él se oculten muchas de las respuestas que se me olvidaron algún día. No sé por qué estoy huyendo, quizás huya de mí.

Mario.

La soledad a tiempo.

Ese día decidí vivir en otro mundo. Que descubrir la soledad a tiempo había sido lo mejor que me había pasado en la vida. Decidí que comenzaría de nuevo, igual crearía una familia y aparentemente me olvidaría de todo, solo dejando en aquella esquina de mi corazón que se había quedado vacía todos los recuerdos no vividos. Aquel día yo había muerto, vi como mi alma había salido de ese cuerpo lentamente, ese cuerpo dejó de ser y el mundo me concedió cinco minutos más, los más intensos de mi corta vida. Me di cuenta de que no puedes entregar tu corazón a una sola persona, porque al final te acaba comiendo el alma y ya no eres tú, eres otra persona que se disfraza en ti. En solo un momento todo se había roto, pensaba que cuando el mundo se acabase iba a ser exactamente igual que lo que viví aquella noche. ¿Quién decide lo que está bien y lo que está mal? ¿Cuál es nuestra misión en la vida?. La mía era diferente, yo tenía una misión.

Han pasado ya diez años y sigo aquí, a orillas del río Sena, no me he separado ni un segundo de aquel instante, sigue aquí. Cuando la gente pasa por este punto del río veo algo en sus ojos que me hace pensar que saben lo que ocurrió aquella noche. Mi misión era muy compleja y sencilla a la vez, mi misión era sentir.

Mario.