martes, 9 de diciembre de 2014

El amor muerto.


Y ahora caigo en que te tuve que mandar a la mierda mucho antes. Ahora caigo en que te tuve que mandar a la mierda en el momento que te negaste a besarme con ganas por miedo a que al otro lado de la puerta pudiese haber alguno que otro mirándonos por la mirilla para ver qué hacíamos a solas. Ahora que estoy tan solo es cuando caigo en que realmente te tenía que haber mandado a la mierda antes de conocerte. Antes de saber que ibas a manejarme como Giepetto hizo con Pinocho, antes de saber que ibas a utilizarme como quien se aprovecha de la inocencia de un niño o de la debilidad de un anciano. ¡Ay si pudiésemos volver atrás! Te iba a escupir en la cara, a reírme de tu mala gestión y por supuesto, no iba a excusarte de nada de lo que hubieses hecho de manera tan nefasta. Pero no, viste cómo el cristal se hacía añicos, cómo la tormenta no cesaba, cómo la bofetada de aire chocaba fuerte en mi cara y cómo tu recuerdo hacía pedazos mi estómago. Y a veces pienso que qué más da, que algún día volverás a estar a los pies de los caballos y aunque suene incongruente, no deseo que sufras mi amor, solo deseo que pagues con la misma moneda de la indiferencia que tú me demostrarte cada día. Yo estaré luchando contra dragones, intentando rescatar a la princesa de la más alta torre del castillo cuando te vea de lejos llegar tan solo para hacerme una pregunta: "¿Dónde están las sirenas que un día Ulises perdió de vista?". Las sirenas ya se han ido, un día las tuviste en frente de ti pero igual que no te levantas cada mañana de la misma manera, igual que el rizo de tu oscuro pelo no se acuerda igual de mí cada noche, el amor no se presenta con la misma intensidad en tu puerta todos los días. Cantaré, te juro que cantaré tan alto que sabrás que soy yo, aunque ya te dé igual, aunque pienses que en realidad nunca te importé, yo cantaré que lo mío fue sincero y que las ganas que salían de mis labios no eran más que el tallo de una flor que yace muerta, esperando su riego de invierno para que al llegar la primavera resucite cuando se cumpla un año de aquel beso que creí haberme matado para siempre. Y deseo, porque de verdad que lo deseo, que tal vez un día ames, ames con la misma intensidad que estaba dispuesto a hacerlo yo por ti y cuando te suban al cielo, el vacío se adueñe del espacio y te haga caer de golpe sobre ti mismo. En ese momento, quizás yo esté arriba, tan arriba que ya no puedas verme pero no te olvides que igual yo a ti sí y que desde el otro lado del universo seré yo el que cuando el estruendo de tu caída retumbe en mis tímpanos, diga en voz alta:
- Ahí va, el amor muerto.

Mario.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Espátulas.



Ella no era una persona tal cual, era todo alma y corazón. Era ese cristal transparente por el que pasa la luz tan nítidamente que hace que se corte la respiración, nada de opacidades. Las cosas no eran como tenían que ser y el miedo siempre estaba allí, corriendo día tras día detrás de ella. En cada esquina echaba la vista atrás para ver si se habría despistado y lo habría perdido para siempre, pero no. ¿Cómo quitarse todo aquello que se nos pega en la espalda y no podemos dejar atrás? Al fin y al cabo ella había basado los últimos años de su vida en comprar espátulas con las que poder quitarse de su espalda todo lo que ella no había elegido y por su puesto, todo lo que nadie la había preguntado si lo quería ahí, detrás suyo. El tiempo pasada pero era lo único que avanzaba. De tanto peso que ya llevaba encima decidió una buena mañana que nunca más se iba a girar para ver si las espátulas habían surgido efecto pero eso no iba a cambiar absolutamente nada. Ella cada vez más delgada y su báscula cada vez marcaba más peso. ¿Qué hay que hacer cuando el dolor se nos adhiere a la piel? Nadie la enseñó. Poner tierra de por medio igual no era la mejor solución pero desde luego era la más drástica y realmente era lo que ella quería y con lo que soñaba cada noche, con miles de kilómetros que la separasen del dolor. Cogió un avión al sitio más lejano que encontró, mientras volaba, miraba las nubes flotando con sus miedos saltando encima de ellas, riéndose en la cara del mundo. Los valientes no son más que aquellos que llegan a cualquier sitio con una mano delante y otra detrás. Marchó y ella se fue lejos, nos perdimos en kilómetros pero de lo que jamás nos separarán es del corazón. Me quedé aquí, al otro lado del océano pensándola cada día que pase hasta Dios sabe cuando. Y yo sé que la veré pronto, porque pronto no es un complemento circunstancial de tiempo, pronto es con la victoria y el trofeo entre las manos, con el gusto que se queda en la boca del ganador, pronto es con el sudor en la frente ya seco y sin lágrimas en los ojos. Y por eso, yo quiero y sé que la volveré a ver pronto.

A mi amiga Laura.

Mario.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Más allá del saludo.


Había estado todo el día fuera de casa y al llegar lo único que hice fue comer algo y tumbarme en el sofá a ver el programa de televisión que tanto me gustaba. Cuando me quise dar cuenta, no sabía cuánto tiempo había pasado porque me había quedado dormido, hecho un ovillo, como un niño pequeño. Me desperté por culpa de un ruido que salía del otro lado de la pared y que a penas podía escuchar con claridad, parecía el sollozo de una mujer, aunque tampoco las tenía todas conmigo. ¿Estaba sola en casa aquella mujer? Quizás podríamos habernos hecho compañía y ver juntos ese programa de televisión, se me hacía raro verlo solo y no tener a nadie con quien comentarlo. Bajé el volumen de la tele al completo e incorporé todo mi cuerpo medio dormido en el sofá para ver si podría percibir con nitidez aquel sonido. Estaba claro. Reconocí que eran sollozos porque yo también había llorado así alguna vez, aunque no era eso lo que me preocupaba. Quería saber si estaba sola o si le lloraba a alguien. Me dieron ganas de levantarme, ir hacia la puerta, abrirla y sin salir de mi recibidor estirar el brazo y llamar a su timbre  para salvarla de aquellas lágrimas que imaginaba recorriendo todo su rostro. El corazón me empezó a latir con más fuerza por no saber qué estaba ocurriendo al otro lado del muro. Me pareció escuchar como la mujer empezaba a articular alguna palabra y como ya no podía bajar más el sonido de la televisión, lo que hice fue apagarla. Como si el sofá tuviera un resorte me levanté rápidamente y con cuidado me fui acercando a la pared de donde procedían las palabras. Me di la vuelta dandole la espalda a la pared y apoyándome en ella me deje caer hasta el suelo donde me quedé sentado. Tuve la sensación de que al otro lado se encontraba la mujer en la misma postura en la que me encontraba yo y que aquel muro era lo único que separaba nuestras espaldas. Me concentre lo más rápido posible para intentar entender qué palabras eran las que estaba pronunciando la mujer y con dificultad pude escuchar que decía: "Vuelve" con demasiada sordina. ¿A quién le estaba pidiendo que volviese? Yo sentía que esas palabras iban dedicadas a mi a pesar de que no habíamos cruzado palabra más allá del saludo, y como para que notara que la había escuchado pegué con fuerza mi espalda a la pared cuando volví a escuchar que pronunciaba la misma palabra llena de rabia. Me empecé a sentir un poco bloqueado y en mi cabeza solo entraban las opciones de que estuviera hablando con alguien por teléfono o tirarme al vacío y pensar que era con un muerto o fantasma con el que ella quería hablar. Se hizo el silencio por un momento cuando un estrepitoso ruido de un portazo hizo que yo reaccionara y contrajese mi abdomen por el susto. Cuando me quise dar cuenta yo también estaba emitiendo el mismo sollozo que empecé a escuchar hace ya minutos al otro lado de la pared. De repente pude percibir por la ranura de abajo de mi puerta como la luz del descansillo se encendía y vi como dos pies hacían sombra en esa ranura frente a la puerta de mi propia casa. Mi llanto cesó de un segundo a otro. El corazón se me salía por la boca y efectivamente, sonó el timbre. 
¿Quién de los dos lloraba más fuerte?

Mario.

viernes, 10 de octubre de 2014

A espaldas del mundo.

A espaldas del mundo la vida seguía. Yo me agachaba, me tapaba las orejas y cortaba la respiración para intentar pararlo todo. No paraba, no se abría la puerta y de aquella habitación tampoco salía nadie. Quizás en mis días no existía la tecla del pause porque todo pasaba muy rápido, tan rápido que a veces dolía. Todo se iba, algunas cosas volvían pero otras muchas lo hacían en silencio y de puntillas, sin hacer ruido para que no me diera cuenta de que se estaban dando a la fuga. Y yo, que de enterarme siempre lo hacía veía como piezas ya no estaban, disimulaba, miraba para otro lado y a veces reía para que el ruido fuese más grande que el de mi corazón hueco. Hueco y con brecha, que no brocheta, aunque quizás sí que sea brocheta y se lo hayan comido.

Mario.

domingo, 17 de agosto de 2014

Me tiene que pillar.

Que cuando suba el mar me pille en casa.
Que cuando llegue el amor me pille en cama.
Que cuando las aves migren me pille lejos.
Que cuando mis manos ardan me pille sin brazos.
Que cuando el corazón muera me pille de parto.
Pero cuando aparezcas tú, ¿dónde me tiene que pillar cuando aparezcas tú?

Que en casa me pille cuando no tenga dónde ir.
Que en cama me pille cuando no pueda levantarme.
Que lejos me pille cuando nos llegue la guerra.
Que sin brazos me pille cuando ya no pueda abrazarte.
Que de parto me pille cuando se acabe el mundo.
Pero cuando aparezcas tú, ¿dónde me tiene que pillar cuando aparezcas tú?

Mario.

lunes, 28 de julio de 2014

Maldita línea.

Cierro los ojos y huelo a mar, puedo estar en la playa del mundo que yo elija, hace sol pero aún se puede estar bajo él. Si abro los ojos me encuentro la maldita línea donde el mar pierde su nombre, me sumerjo en ella y no consigo llegar hasta allí. Quizás es que tú te encuentras en ese horizonte donde la vista no me permite llegar, y claro, de ese modo nunca podremos estar los dos juntos. Se me ocurre una sola cosa para poder rozar tu piel. Bajo las escaleras de piedra que me llevan hasta la orilla, lo hago lentamente, no tengo prisa pero mi corazón empieza a empujar al resto de mis órganos hacia fuera dejando vacío todo mi cuerpo. Al llegar a la orilla me paro, miro firmemente esa línea que tan mal me produce. Se que estás ahí. Mojo despacio mis pies hasta dejarlos cubiertos sintiendo la arena debajo de ellos. Me voy metiendo poco a poco en la boca del lobo y cada vez el mar cubre más mi cuerpo, hasta perder mi densidad y encontrarme flotando, en esa playa que lleva tu nombre. Suelto mi cabeza y abro las puertas de mi corazón, lo único que me queda, para que se escapen todos mis sentidos y la marea los arrastre hasta donde estás tú. Maldita línea. El mar se está enfadando, ya no quiere que intente alcanzarte pero joder, no es justo. Quiero saber qué hay después de esa línea, qué hay donde tú estás para que te impida llegar hasta aquí. Decido calmarme y el mar conmigo, y sigo dejando que esos sentidos me abandonen y vayan hacia buen puerto, si vuelvo a cerrar los ojos consigo tocarte, consigo dejar escurrir los dedos sobre tu frágil cuerpo y siento la suavidad de tus labios, esta vez llenos de sal. Agua salada que corre por mis venas, que quema con fuerza y provoca el deshielo. Se que estás ahí. Avanzo, siento la esperanza de poder llegar hasta esa línea e invierto las horas que ya no me quedan en nadar, nadar hasta ti. Mis pies dan empujones de rabia, ellos también quieren llegar allí y se conectan con todo mi ser provocando un baile que llega a ser más elegante que la propia muerte. Elegante y sensual, tenaz, firme y decidido. Descanso en medio del océano como un gato panza arriba donde el mundo ya solo es azul, lo mire por donde lo mire. Norte, sur, este y oeste. Me veo con fuerzas para llegar hasta esa línea pero cuando estoy decidido me doy cuenta de algo. Estoy rodeado únicamente de esa línea por los cuatro horizonte que me aprisionan. He avanzado tanto que solo alcanzo líneas infinitas. Mierda, ahora en cuál de ellos estarás tú. No hay solución pero me sorprende la tranquilidad con la que me repercute todo aquello, incluso me llego a consolar diciéndome que qué más da. Ahora si, el único remedio es sumergirme, lo tengo todo controlado. Maldita línea.

Se que estás ahí.

Mario.

domingo, 20 de julio de 2014

A once mil pies.

En ese preciso instante de esa misma noche yo iba sobre volando en un avión tu ciudad a más de once mil pies de altura y ¿sabes qué?, me pareció verte desde allí arriba. Estabas en nuestro parque donde íbamos a besarnos y a olvidarnos del mundo, donde solo nos podían ver las ardillas que tu dabas de comer con tanto cariño y tanto amor que parecía que el corazón se te iba a estallar en mil pedazos por toda la fragilidad con la que lo hacías. Del dolor que sentí al recordarlo y al verte allí contraje mi abdomen de una manera tan brusca que dolerá siempre. Dolerá porque yo ya no estaba allí abajo, en ese parque. Dolerá porque tú decidiste que ya no había hueco para mí y yo me preguntaba si es que alguna vez lo hubo. Todo el tiempo que insistí en quererte hoy se esfumaba por encima de las nubes que chocaban contra este maldito avión que nos separaba, y poco a poco, iba desapareciendo tu imagen de mi ventanilla que tan solo quería reventar a golpes para poder tirarme y caer justo encima de ti. Para enredarnos con más amor y para que sepas que aunque me cerraste de un portazo, desde aquí arriba se te ve mucho mejor. Pasará el tiempo y yo seguiré estando en cualquier avión, tren o autobús que tenga que coger para poder querer. Y si alguna vez tú también quieres buscar ese querer, piensa que en algún hueco de mis entrañas te siento y estoy convencido de que volveremos a encontrarnos, en ese parque, con esas ardillas y con todas mis ganas apoyadas sobre tu pecho. Empecé a llorar e hice que sobre esa ciudad que no me atrevo a nombrar, cayese la tormenta de verano con más rabia que se recuerde jamás. Te tenías que ir, ya era tarde, estabas empapado y ya no quedaban ardillas ni corazones con los que te pudieses enredar esa noche. Solo pediré que al menos algún día de todos estos años que se nos vienen encima, en algún despertar te acuerdes de mi nombre, de lo que pudimos ser y de lo que no quisiste que empezásemos a ser. Ahora me voy a dormir y en cuestión de pocas horas llegaré al otro lado del mundo, el que podríamos compartir.

Mario.

lunes, 16 de junio de 2014

Donde rompen las olas.

La luna llena me hace vomitar. Y es que otra vez me ha vuelto a pillar desprevenido en el balcón bebiendo cerveza como la última vez. Si la luna estuviese siempre llena el mundo se volvería loco y yo seguramente acabaría explotando con todo mi cuerpo repartido en mil pedazos. Me pregunto quién le iba a devolver todas estas noches a aquel joven poeta que todavía conseguía ver desde este balcón cada noche que la luna decidía reventarle su corazón. También me pregunto si mañana volverá a amanecer entre la arena del desierto que había expandida a kilometros por la playa de todo el sur que hoy llenaba mi norte. Le recuerdo pícaro sentado a pocos metros de donde rompen las olas y escribiendo sobre aquella pareja de enamorados que se situaba poco detrás de él, que de vez en cuando miraba para atrás de reojo y risueño imaginando sus conversaciones en las que planificaban sus próximos días de vacaciones. Y todo era idílico hasta que la parte femenina y elegante de la pareja sobre la que escribía rompía a llorar, el poeta se quedó de piedra y tan tenso que ni se dio cuenta de que el fin de aquella ola tan grande que anunciaba que todo se acababa de romper chocó en su cara, llenándole de espuma viscosa y varias algas que colgaban sobre el borde de su ingeniosa cabeza y sobre el brazo derecho con el que escribía. Cuando quiso reaccionar la extraña pareja había desparecido como si lo hiciesen en un chasquido de dedos sin dejar rastro de que allí terminaba su historia como cuando lees la última página de un libro. También me pregunto a dónde iban a morir todos los personajes sobre los que escribía mi poeta o si realmente no morían que alguien me dijera dónde estaban, dónde se podía ir a conocerlos y saber realmente cómo acababan sus vidas. 

Un triste día, cabreado y angustiado, recopiló todas sus historias que guardaba en la vieja carpeta y se las llevó bajo el brazo, se las llevó a aquel acantilado que yo no podía ver desde mi balcón donde allí, agarró con fuerza la carpeta y la lanzó tan lejos como pudo yendo a parar de un planchazo encima del mar, sintiendo que aquellos personajes tenían que morir ahogados de mar y quedarse en las profundidades de cualquier océano al que podrían ser arrastrados. Cuando llegó a casa no podía creer lo que había pasado, su casa estaba completamente desalojada y allí no quedaba ni rastro de vida humana, solo quedaban las paredes y el suelo, nada más. Al instante entendió el por qué, había matado a sus personajes y se había matado a si mismo.

Mario.

martes, 10 de junio de 2014

Y de nadie más.


Míralos, ¿no te das cuenta? Son felices porque se tienen los unos a los otros.

Era una tarde del caluroso mes de Junio que venía con fuerza este año y ellos estaban allí, en el patio sentados a la sombra disfrutando de unas frías cervezas y muertos de la risa por los recuerdos y anécdotas que parecían estar reviviendo. El chico del flequillo sin duda parecía estar enamorado de ese momento, cuando ellos se juntaban se olvidaban del tiempo y de los problemas, ¿qué más daba? si en ese instante estaban juntos y no existía más mundo que les importase. Ella tan risueña como siempre y tan dispuesta a hacer de esa tarde la mejor bienvenida del verano que iban a tener en siglos, ella hacía que todo estuviese equilibrado y que no faltase nada y si faltaba ya se encargaba de conseguirlo, nunca fallaba. El de la barba no podía faltar, desde que se fué ya había dejado cojas varias cosas como para seguir haciéndolo y hoy era todo para ellos, en ese momento él era de ellos y de nadie más porque quizás no había otros que se lo merecieran. Se conocían como las palmas de sus manos. Cuando estaban dos de ellos y faltaba alguno, sea cual sea, se sentían como un círculo que nunca llega a cerrarse pero cuando llegaba el momento del encuentro de los tres ese círculo se cerraba y el hechizo empezaba a hacer de las suyas parando el tiempo y sintiéndose llenos y a punto de rebosar de felicidad, porque eran propensos a rebosarla. Era como si un genio hubiese jugado a escoger al azar tres espermatozoides aún inexistentes y los hubiese unido por las entrañas para que un día en una loca comunidad de vecinos hicieran coincidir sus miradas para no separarlas jamás. Qué más daba si no se entendían, qué más daba si hablaban idiomas diferentes si no lo necesitaban, ellos estaban por encima de eso, estaban levitando entre lo natural y lo sobrenatural y cuando cruzaban esa barrera explotaba el mundo. Porque a pesar de que el tiempo pase y quien sabe dónde estarán mañana cada uno de ellos siempre se pensarán, por muchos lazos que se rompan, muchas puertas que se crucen y tantas ausencias como huecos en mi corazón haya, estaban unidos por la piel, cicatrizados y marcados por la tinta para que jamás se olvidasen de lo que sentían cuando detenían el mundo, sea el día que sea, la hora que sea y el lugar que fuese, cerraban los ojos y estaban juntos, brindando por ellos, por los que están y por los que estarán.


A mis amigos.

Mario.

sábado, 7 de junio de 2014

Por última vez.

Menos mal que aún le quedaba el mar. Menos mal que el anclaje que tenía en el puerto donde amarraba su barquita seguía ahí e intacto a pesar del vendaval sin haberse movido. Porque después de que se quedase sin un hogar, sin sus pertenencias, sin todas las fotografías de su vida y con el corazón apunto de dormirse, ya solo le quedaba todo un pasado al que respetar lleno de historias que le mantenían vivo. ¡Qué importante era para él respetar cada momento de su vida y tratarlos con la dignidad en mayúsculas. El anciano era de esas personas que levitaba y lo hacía por toda la costa mediterránea mientras amaba cada momento y los compartía con todas sus olas. El mar era su vida, su desahogo por contradictorio que parezca y su bálsamo donde reposar todos los huesos y músculos ya cansados y golpeados por los años que empezaban a pesarle. Preparaba su bolsa cada mañana con su almuerzo que llevarse a la boca y un pequeño kit de supervivencia que a penas le hacía falta utilizar y allí, rodeado de mar pasaba los días eternos sin hacer más que contemplar el viento, el sonido del agua y disfrutando del rayo de sol que chocaba en su cara cuando decidía salir para hacer de él un día mejor. Allí, respiraba toda su vida, abría bien despacio los pulmones y cuando por fin perdía la orilla de vista rompía a llorar como lo hacía cuando era pequeño, porque por muchos años que pasasen su alma seguía igual, tan inocente y pura como la de un recién nacido. Si es que ya se habían pasado los días en los que le tocaba enfrentarse a grandes peces, pulpos gigantes y morenas que de vez en cuando cicatrizaban su piel, ahora todo su tiempo era para él sabiendo que lo que le tocaba era enfrentarse al monstruo más grande y desolador del universo, descubriendo que la soledad aún le podía matar a tiempo. Se acostumbró al silencio y dejó de hablarse en alto a si mismo. ¿Quién le podría escuchar? ¿Con quién podría compartir sus noches? Empezó a pensar que en la vida se paran muchas cosas, como el tiempo cuando estás feliz y si no despertaba, su corazón era lo próximo que se iba a parar. Moisés abría las aguas y él iba cerrando los recuerdos y las cicatrices que con todo el amor que pudo se fueron consumiendo por última vez. Y así es como se fue. Apagándose con los días y yéndose en silencio preguntando hasta el último segundo, ¿dónde estaba?

Mario.

jueves, 15 de mayo de 2014

Cuando digo nunca, es nunca.


Ella, se incorporó de nuevo al trabajo un lunes a las diez de la mañana en el edificio más céntrico de la ciudad, la gente sonreía, el sol radiaba y además hacía un día de playa. Sobraban los motivos para que ella quisiera cerrar los ojos y soñar con abrir la ventana, echarse atrás, coger carrerilla, ponerse a correr y salir volando por la misma como lo hacía Javier Bardem caracterizado de Ramón Sampedro en Mar Adentro. Esa escena la marcó tanto que aún se acuerda de llorarla cada vez que la vuelve a ver en alguna de esas sesiones de cine que se hacía en su propia casa de manera macabra y algo cruel, sabiendo que la noche le iba a costar llorar hasta el amanecer y pensando que igual ese amanecer no llegaría nunca. Y cuando digo nunca, es nunca.

Él, justo en ese momento estaba pensando en ella, como lo hacía cada día sin que la guapa le diese ninguna importancia aún sabiéndolo. No dolía. Ser el otro en estos casos nunca duele. Y es que por qué va a doler que te piensen y tú no hacerlo de la misma manera. Pues bien, yo creo que debería estar castigado de algún modo, algún terrible modo que imparta la justicia del corazón. Já. Justicia. Corazón. Una vida ejemplar la que llevaba sin contar con el maldito karma que para él nunca llegaba. Y mira que era en lo único que creía, porque ni en Dios, ni en Buda, ni en Alá, ni en Freddy Mercury había depositado jamás su fe y a estas alturas no entraba en sus planes hacerlo.


Ella, enamorada de si misma y de su ego. Él, enamorado de todo el tiempo que podría pasar con ella.

Y que jamás pasará, porque por qué me voy a tener que inventar ahora una de esas historias bonitas e idilícas que todos pensamos que algún día nos tocará si sabemos que no. Porque por qué vamos a creer que nos están pensando en este preciso momento si en realidad es mentira. Porque yo, cuando digo nunca, es nunca. Y tú, por no decir, no dices nada.

Mario.

jueves, 8 de mayo de 2014

Oda al amor.

¿A dónde iremos una vez muera el corazón? Qué hará nuestra piel si no es caerse rendida a nuestros pies anclados al suelo. 

¿A dónde iremos cuando nos ahogue nuestra propia respiración? Pulmón, en otra vida quiero ser pulmón para sentir llenarse y vaciarse como lo hace el mar en su decadencia.

¿A dónde iremos cuando nos disparen al estómago? Cuando el amor llegue y se vaya, se vaya en tren de vuelta y con la rabia de quien dice adiós.

¿A dónde iremos cuando nos sangren los brazos? Por no haberte tenido, por no haberte sentido en los cien años de quien paga un solo castigo.

¿A dónde iremos cuando nuestros ojos nos abandonen? Donde la hierva crece, donde la tierra huele y donde quizás hoy no amanece por los dos.

¿A dónde iremos cuando estos labios digan que no? El cielo caiga, la luna apague y no vuelva a salir el sol mientras yo canto esta oda al amor.

Mario.

miércoles, 23 de abril de 2014

Un Sant Jordi sin Jordi.


La Oreja de Van Gogh me dijo una vez que "esperaba con la carita empapada que llegaras con rosas, con mil rosas para mi". Supongo que las de La Oreja y las mías eran todas las que se veían por la calle un 23 de Abril en Barcelona, supongo que a los dos nos las habían arrancado de nuestro jardín donde llevábamos tiempo cuidándolas y dándolas todo el cariño que nos salía solo de dentro. Mientras, la calle se llenaba de cientos de personajes de novelas y yo que reinventé a Alicia (la del país de las maravillas) hace tiempo, la saqué a pasear conmigo aquella tarde en la que sol daba de frente y calentaba a la vez que enfriaba el corazón. Alicia se quedó muda, su cuerpo y el mío caminaban unidos por nuestras manos en las que entrelazábamos los dedos, agarrados como los candados de los puentes de Múnich. Pasamos a penas dos horas caminando con el olor de las rosas que ya impregnaba nuestra ropa, me acordé de Mecano y de la puta rosa con la que se clavó una espina y llevaba los ojos rojos color sangre por el polén que ya me pasaba factura por primera vez en mi vida. Ella tan guapa, tan rubia, con el pelo tan liso y con los ojos tremendamente azules pero tan hueca y seca por dentro, tan abandonada y tan huérfana. Miraba a los lados asustada por la gente que incoscientemente le daba golpes al pasar a su lado, yo la miraba y la intentaba decir con los ojos que todo estaba bien, que "todo era normal" pero ocultando el final de la frase: "hasta que dejara de serlo". Lo oculté porque no sabía cuándo iba a dejar de serlo, cuándo el cielo se nos iba a caer encima ni cuándo tendriamos que abandonar por patas el tren que nos esperaba de vuelta y que seguramente sería mejor perder. De Mecano volví a La Oreja y me acorde de que en la misma canción decía que "ahí me quedé, en una mano el corazón y en la otra excusas que ni tú entendías". Dejé de pensar y me dispuse a seguir caminando con la mente en blanco, los ojos al rojo vivo y el azul vestido de Alicia a mi lado.

Y así es como se vive un Sant Jordi sin Jordi.


Mario.

lunes, 7 de abril de 2014

Cuentos para niños.


Me fui a vivir a París, exactamente en el bonito barrio de Monmartre para encontrar lo que llevaba tiempo buscando sin saber qué era ni dónde iba a encontrarlo. No era la primera ciudad en la que probaba suerte desde el día en el que hice la maleta en diez minutos volcando todo lo que había en mi armario para salir por la puerta segundos después. El perro me miraba, parecía que era el único que sabía en busca de lo que iba.

Cuando me bajé del autobús que me llevaba desde el aeropuerto hasta Monmartre el aire me dio una bofetada, pero de esas que gustan, de las que transmiten que esta vez si. El mundo parecía que se había alineado, tenía el piso más luminoso del barrio y que por suerte podría pagar durantes varios largos meses con el dinero que me habían dado esos cuentos para niños que desde hace un par de años se venden como churros en las librerías. Me hace mucha gracia porque los llaman "cuentos para niños" y de lo que no se dan cuenta es de que son más para adultos que para niños.


Cuatro meses después me encontraba en el famoso café "Les deux moulins" que salía en aquella película que me congeló el corazón por momentos y que aún me costaba volver a ver, me desbordaba y deshacía en litros de agua como lo hace la actriz principal en una escena dentro del mismo sitio precisamente. Yo te esperaba con un café con leche natural y un croissant encima de la mesa. De fondo sonaba Zaz y a mi se me puso esa sonrisa tonta que me salía al pensarte. Esa sonrisa tonta que tu llevabas meses sin ver y que por fin, minutos después ibas a comprobar que seguía estando ahí cuando entrases por la puerta.

Y así fue, entraste por la puerta, yo ya me había acabado el café de los nervios y te sentaste en frente de mi sin pronunciar palabra durante más de un minuto. El minuto más saliencioso, sonoro y excitante de mi vida. El silencio se rompió cuando Amelie hizo que me despistara sonriéndome por la ventana y rompí a llorar, de felicidad y de las ganas de cumplir todos tus sueños. Por fin estabas allí, estábamos allí, París, tú y yo. Solo nosotros.

Mario.

martes, 1 de abril de 2014

El grito.


"Se me enfrían el café y la comida, ah, y el corazón". Era lo que justo estaba pensando cuando me pillaron sentada en el banco, esperando, supongo que estaba esperando a la vida porque no había quedado con nadie y ni si quiera llevaba reloj encima en el momento que se me acercó esa extraña mujer de pelo rizado.

- ¿Tienes un segundo para escucharme? - Me preguntó nerviosa y algo alterada, o por lo menos eso parecía.
- No tengo uno, tengo varios - La contesté de una manera seria y bastante borde. Error mío.
- ¿Me puedo sentar a tu lado y así te cuento una pequeña oferta? - Me volvió a preguntar mientras sonreía de una manera de lo más absurda.
- Venga, hecho. - Le dije, porque total, no tenía nada que hacer e igual hasta me entretenía.
- Bien, ¿tienes pareja? - Tres preguntas seguidas no eran necesarias, pensé, aunque igual es que tenía cara de formulario ese día, no sé.
- Tengo pinta de soltera, ¿no? - Ella no contestó, entonces miré al otro lado del banco para ver que de verdad estaba vacío y que no me estaba inventando nada y la respondí. - No, no tengo pareja.
- Entonces eres lo que estoy buscando. - Tengo que reconocer que sin saber por qué me enfadó mucho escuchar esa respuesta durante unos segundos. Me callé para que continuara antes de que mi cara empezase a desfigurarse y se pareciera a la del famoso cuadro de Munch, "El grito". - Estamos recogiendo perfiles de gente que quiera encontrar pareja a través de nuestra página de internet FormulaTé, es muy fácil, solo tendrías que rellenar la hoja de presentación, nosotros te inscribimos y te damos la contraseña de tu perfil para que luego desde casa puedas cambiar lo que quieras y empezar a conocer a gente similiar a ti, será divertido. - Será divertido me dijo la muy cerda, si, qué divertido, pensé por dentro.
- ¡Ah! qué buena idea me parece - Dije de una manera muy sarcástica e irónica. - Pero una pregunta, ¿vienen con manual de instrucciones?
- Bueno, no es muy complicado, la web está muy bien explicada y seguro que te haces rápido con ella, en nada sabrás manejarla a la perfección. - Contestó de la manera más amable que pudo.
- Me refiero a los chicos - Me salío contestarla con el semblante más serio que se me ocurrió. Ella como era de esperar se quedó en blanco y sin saber qué contestarme casi poniendo la cara de "El grito" que estuve a punto de poner segundos atrás, pero solo casi . Al ver que no fue nada rápida me levanté del banco a la vez que dije - No me interesa entonces - Mientras me iba descojonando de la risa andando por la Diagonal de la ciudad Condal.

Quizás otro día.

Mario.

sábado, 29 de marzo de 2014

A la francesa.

Me pregunto a dónde van a parar todas esas cosas que no llegan a pasar, supongo que cuanto más lejos vayan mejor. O dónde acaba todo lo que se llevan los ladrones cuando roban dentro de ti, ¿para qué lo quieren?

Esta mañana me acordé de cuando Stuart Little llegó a casa aquella primavera, tan pequeño y tan de verdad a la vez. Stuart era todo lo que faltaba en mi vida para hacerla completa, yo era pequeño y él más que yo pero a la vez era enorme. Como cuando te vas a dormir y te entra el miedo, entonces piensas que si algún vivo por diminuto que sea estuviera a tu lado en ese momento el miedo se esfumaría, abriría la puerta y saldría corriendo. Corriendo salió él la última vez que le vi, corriendo como lo hacen los ladrones y por supuesto, se marchó a la francesa. En mi casa pasamos cerca de un año sin cerrar la puerta con llave por si algún día decidía volver, yo le esperaba impaciente. Así fueron pasando los meses sin entender por qué, ¿qué le faltaba? ¿Qué más podía darle?

Yo que le había dado todo mi amor, yo que pasaba frío por las noches para que él estuviera arropado, yo que dejé de pensarme para dedicarme a él. Y se fue. Crecí con lo que había sucedido con Stuart como tema tabú, no se comentaba ni en las comidas y mucho menos en los días de Navidad porque cada vez que se le nombraba a mí se me hacía un agujero dentro y no había Dios que lo pudiese cerrar, mira que lo intenté. Viví como quien lo hace con la culpa de algo encima, así lo sentía y así lo sentiré hasta el resto de mis días a no ser que alguna noche entre por la ventana y me despierte susurrándome que "todo es mentira". Le busqué por las calles de lugares en los que sabía que jamás iba a parecer y le confundía con cualquier sombra que se me cruzaba.

Lo peor vino cuando menos tenía que venir. Estaba pasando mis vacaciones solo en una cabaña en el norte de los Alpes, me fui solo para relativizar y para entender que ni lo bueno es tan bueno ni lo malo tan malo pero una noche sentado en el sofá al lado de la chimenea viendo la televisión salió algo que hizo que ese agujero que me salía dentro cada vez que se le nombraba fuese eterno. Salía Stuart en un anuncio pidiendo un corazón en el que quedarse a vivir, estaba con la mirada perdida, tan grande como el dolor que ya formaba parte de mi y yo no podía ayudarle porque me lo habían robado todo. Entonces lloré, porque tenía que llorar.

Mario.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Para ti, para mi.

Podría ponerme a contar durante horas y horas todas las historias que viví aquellos años siendo pirata por las costas de América del Sur, las recuerdo como si hubieran pasado ayer. Recuerdo las buenas y me pongo a reír o a llorar de la nostalgia y emoción y al recordar las malas me siento más fuerte, no se que sería de mi si no me hubiese dado por meterme en esas aventuras. Como en la vida, siempre hay momentos que nos marcan más que otros y los más sencillos posiblemente sean los mejores, los que recordamos día tras día y los que seguimos sintiendo nuestros. Fue en un amanecer del mes de mayo cuando parando para descansar un rato en una de las pequeñas islas que me gustaba visitar encontré una botella con uno de esos mensajes que salían en las películas. Me entró la risa, miré la botella que estaba tirada en la orilla sobre la arena y por curiosidad no dudé en abrirla. Había una carta:

"Para ti que no me lees.
Para ti que no me piensas y que quizás aún no sepas que existo.
Para ti que te anhelo, que te hiervo.
Para ti que a veces te doy por perdido.
Para ti que vas corriendo por las calles y yo voy detrás buscándote.
Para ti que cuando estás no me miras.
Para ti por todas las veces que he llorado, por las que me he recuperado.
Para ti que me envuelves y que me sientes.
Para ti que te creo, que te espero.
Para ti que me arrastras con todas tus olas.
Para ti que te amo aunque no estés.
Para ti con todos los días ya perdidos.
Para ti que te respiro y me suspiras.
Para ti que te seguiré escribiendo.
Para ti, para mi."

Al terminar me quedé más helado de lo que ya estaba, guardé la carta en la botella y la metí en el barco. No era momento de descansar, desanclé y volví a casa. 

Mario.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Te invito a un vals.

Si puedes una puedes dos. De repente olía a ese sitio como hace años atrás cuando subía las difíciles escaleras, me acorde de ti y se me paró el corazón. No todo consistía en aprender siempre, lo difícil era desaprender y por eso intenté hacerlo. Yo también quería morir con la mano en el corazón como decía esa bonita canción francesa. En ese momento me pregunté de qué habían servido todos estos años viajados por las calles de esas famosas ciudades que salían en los reportajes de televisión. Lo difícil era controlar que el vaso estuviese lleno, intentaba siempre que así fuera pero corría un riesgo, cuando de tanta agua se desbordaba. Cuánto costaba volver a dejarlo con la cantidad justa... Era casi una misión imposible, por eso me rendí. 

Dejé de hacerlo yo, a partir de ahora no me iba a encargar de eso, me iba a encarga solo de las cosas que dependían de mi. Fue entonces cuando a la mañana siguiente el sol salió, los pájaros cantaban y salí a mi balcón a fumar el primer cigarrillo de esta temprana primavera que hoy llegaba. No cabía en mi, era como si el sol recargará las pilas que todos llevamos dentro, y yo me encontraba con toda la energía puesta en mi corazón. Sonreía sin saber por qué y cuando más me despisté apareciste, aunque aún no se si para quedarte. No sabía qué decir porque no me apetecía decir nada ni lo iba a hacer, solo sonreía como un payaso de esos de colores que a veces rompen a llorar. El sol seguía chocando en mi cara y cuando ya me iba a ir, sin pensarlo te lo dije: Te invito a un vals.

Mario.

lunes, 24 de febrero de 2014

Maniquí.

Estaba harto de ser príncipe. Desde pequeñito le habían acostumbrado a que lo primero que tenía que hacer al despertar cada mañana era ponerse esas vestimentas que para él eran como disfraces. Le daba igual que fueran los trajes más caros y de más calidad del mercado, qué le importaba si por dentro se moría de frío, tenía tanto frío que apenas podía respirar, su corazón se estaba empezando a congelar. Harto de mantener la cordura, unas estrictas normas que apenas le permitían salir del palacio que estaba arriba de la montaña, hacer de maniquí se le estaba haciendo cuesta arriba a medida que pasaba el tiempo. Quizás sus padres no se dieron cuenta pero se estaba muriendo cansado de esperar, se tumbaba todas las tardes en el pasillo de la tercera planta, donde solo llegaban las sirvientas y el silencio era lo primordial. Allí se quedaba dormido cuando se acercaba la noche y como cada día era el calor que le daba el perro lo que le hacía despertarse y levantarse de la alfombra. De ahí a la cama y así día tras día. El día de su quince cumpleaños le regalaron una caja para que guardase todas las joyas que con el paso del tiempo iría heredando, él decidió darle su propio uso. Quiso que esa caja fuera en la que él guardase todo el amor que iba acumulando día tras día y que no podía volcar en nadie, excepto en el perro. La abría una vez al día y soplaba fuerte en ella, después la cerraba corriendo para que no se escapase nada y dentro estuviera llena de amor siempre. Un día se escapó de su palacio mientras la sirvienta estaba despistada, nada más salir por la puerta echó a correr, llevaba en una mano al perro con su correa y en la otra la caja. Pasó días buscando por las calles a quien entregarle su mayor tesoro en forma de caja, durante esos días tuvo que desaprender todas las comodidades que tenía en el palacio y servirse por si mismo, no fue nada fácil. El invierno llegó y el frío cada vez le paralizaba más el cuerpo, hasta que un día a las 1:14 de la madrugada se durmió en el suelo como hacía en su casa con el perro mientras apretaba la caja bien fuerte contra el pecho. A la mañana siguiente el príncipe no despertó y allí se quedó la caja llena de amor sin nadie que la aprovechase. El perro la cogió con la boca y continuó hasta terminar la misión de su amo.

Mario.

jueves, 6 de febrero de 2014

Lo llaman loco.

Supongo que al final todos actuamos por instinto, sentimientos y sensaciones, no se salva nadie. Se nos llena la boca hablando de coherencia cuando nadie la consigue, y al más coherente lo llaman loco. Lo aprendí pasando todos los años que trabajé de vigilante en aquel manicomio escondido entre las montañas de los Pirineos. Descubrí que a lo que ellos llaman locura es a la desesperación y efectivamente, quien espera, desespera. Eso me estaba empezando a pasar a mí, me planteaba cuando andaba por los largos pasillos de aquel oscuro lugar. Setenta y cinco pasos eran los que separaban una pared de la otra, aunque había noches en las que lo podía recorrer con cincuenta. Eso pasaba en la vida, no existe lo exacto en la práctica y la teoría a veces se va perdiendo por el camino, se me caía de los bolsillos a cada paso de esos setenta y cinco. Fueron años llenos de silencio y de gritos, de derecha a izquierda, de adelante hacia atrás, de un lado a otro. Acabé desesperando de tanto esperar, esperando que alguien me sacara de allí. Era como ser uno más de ellos y a veces cuando no me veía nadie compartía horas de pensamientos, de anécdotas y de reflexiones, aprendí más de ellos que en cualquiera de mis clases de universidad y de conferencias de maestros de nada. Luego llegaba a casa donde a veces había más silencio que en el manicomio, allí si que estaban locos, nadie vivía y apenas respiraban, yo el primero. Me pasé meses pensando que mi casa era el manicomio y viceversa. La locura que había en esas celdas era genial, no entendí por qué la locura era mala si ninguno de ellos había matado a nadie ni robado en ninguna gran superficie de compras. Tampoco entendía por qué se empeñaban una y otra vez en llamarles locos, para mi los locos eran los que se aburrían, los que no salían de si mismos, los que se encerraban en sus casas y los que vivían con la luz apagada y a oscuras. Mi visión de la vida e incluso de mi mismo cambiaba cada vez que recorría ese pasillo, día a día, paso a paso.

Lo que llaman "loco" podemos parecerlo todos, desesperar solo podemos hacerlo algunos, los locos. Escribí en la pared desde mi celda años después.

Mario.

miércoles, 15 de enero de 2014

Navegándonos la vida.

Llevaba días desaparecida, sin dar señales de vida al mundo y no me preocupaba porque estaba tranquila. ¿Qué más daba si volaba en helicóptero por encima de Nueva York o si me había perdido por el Niágara esta vez? Esa música me resultaba muy familiar y ese olor era inconfundible. Bajé corriendo a ver si allí estaba el mar y efectivamente, estaba espléndido y radiante y más azul que nunca. Me senté en la orilla mientras sujetaba la pamela para que no se me volase con el viento, en esos minutos no pensé en nada, solo me dedicaba a llenar mis ojos de mar y dejar la mente a ciegas, entonces sonreí. Al cabo de un rato vi a un hombre que se acercaba por la playa como viniendo hacia mi, cuando le tuve cerca supe que era marinero. Parecía que venía a hablar conmigo y giré la cara para disimular mientras pensaba que esa historia no iba conmigo. Y si, si que iba conmigo. En seguida se acercó a mi poniendo su mano en mi hombro, estaba tranquila, a pesar de que no le conocía lo sentía parte de mi. Dijo que no me lo pensara, que me diese la vuelta y que nos fuéramos juntos de la mano navegando en su barco que a partir de ahora también sería el mío. El primer pensamiento que se me vino a la cabeza fue el entender por qué aún la vida no me había dado los hijos que tanto deseaba y es que faltaba el marinero por llegar. Me le quedé mirando fijamente y en seguida volví a sonreír de manera arcaica. Era él. Entendí también que las cosas solo llegan cuando menos ansia tienes, cuando la mente y el cuerpo están tranquilos y cuando a pesar de desear algo no desesperas. Sentí que el mundo me había cambiado en ese instante y que ahora mismo solo deseaba volcar todo el amor que tenía dentro sobre mar, para que no saliera de allí y se quedara con nosotros navegándonos la vida. Me eché a sus brazos y dejé caer todo mi peso sobre él, me abrazó todo el cuerpo y cerré los ojos para pensar que soñaba despierta. Empezamos a andar de la mano dejando el atardecer a un lado y me prometí vivir en un atardecer eterno. De niña me enseñaron que hay héroes que van en vaqueros y que los que van con capa solo existen en los cuentos y en las películas. Y es que qué mujer no desea que algún día llegue su héroe con el que fugarse a dormir tranquila todas las noches.

Mario.