Él era profesor y licenciado en filología hispánica pero esa noche no era solo él, nueve personas más le acompañaban al rededor de la gran mesa redonda del salón de sus padres. Quizás uno de los momentos en los que mejor se ve cómo son las personas es sentados en la mesa, en cualquier comida, banquete o cena navideña, por eso él tenía tanto cuidado. El jamón, las copas de vino, los platos, las vajillas de plata e incluso la rica sopa de marisco a su vista habían pasado desapercibidos esa noche. Solo repetía una cosa que parecía insonora para el resto de invitados. Hay un agujero en la pared. Recuerda días después que entonces estalló una copa y los inocentes pensaron que había sido de los cambios de temperatura y el desgaste. Qué ingenuos. De lo que no se dieron cuenta es de que la copa estalló por toda la rabia que contenía dentro y que no supieron ver y por supuesto, de lo que no quisieron escuchar. Hay un agujero en la pared. Por un momento dejó de escuchar y no lo hizo inconscientemente, era muy consciente de las cosas que quería que hubiesen encima de la noche, encima de la cena. Mientras, todos se volvieron locos, los padres, los abuelos, los tíos, los locos y por supuesto, el perro. Como nadie le escuchaba tiró del mantel dejando la mesa completamente vacía, pero no era lo único que había vacío esa noche, y no era él.
El profesor lo llevaba advirtiendo toda la noche. "Hay un agujero en la pared", decía. y acabó entrando. Al menos, el mar estaba al otro lado del agujero.
Mario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario