Ella, se incorporó de nuevo al trabajo un lunes a las diez de la mañana en el edificio más céntrico de la ciudad, la gente sonreía, el sol radiaba y además hacía un día de playa. Sobraban los motivos para que ella quisiera cerrar los ojos y soñar con abrir la ventana, echarse atrás, coger carrerilla, ponerse a correr y salir volando por la misma como lo hacía Javier Bardem caracterizado de Ramón Sampedro en Mar Adentro. Esa escena la marcó tanto que aún se acuerda de llorarla cada vez que la vuelve a ver en alguna de esas sesiones de cine que se hacía en su propia casa de manera macabra y algo cruel, sabiendo que la noche le iba a costar llorar hasta el amanecer y pensando que igual ese amanecer no llegaría nunca. Y cuando digo nunca, es nunca.
Él, justo en ese momento estaba pensando en ella, como lo hacía cada día sin que la guapa le diese ninguna importancia aún sabiéndolo. No dolía. Ser el otro en estos casos nunca duele. Y es que por qué va a doler que te piensen y tú no hacerlo de la misma manera. Pues bien, yo creo que debería estar castigado de algún modo, algún terrible modo que imparta la justicia del corazón. Já. Justicia. Corazón. Una vida ejemplar la que llevaba sin contar con el maldito karma que para él nunca llegaba. Y mira que era en lo único que creía, porque ni en Dios, ni en Buda, ni en Alá, ni en Freddy Mercury había depositado jamás su fe y a estas alturas no entraba en sus planes hacerlo.