Mientras andaba desde la entrada de mi casa hasta mi habitación por el pasillo ya lo notaba. Algo había allí. Miré por una rendija de la puerta de mi habitación que no había quedado cerrada del todo, me sorprendí muchísimo. Había una luz, algo tan fuerte que desprendía tanto que no se cómo explicarlo. No era persona, no era ser vivo o al menos eso creo. Estaba como apoyado en la ventana que estaba abierta de par en par. No tenía ningún miedo, tenía la sensación de que aquello llevaba viviendo dentro de mi habitación toda la vida pero que solo hoy se había dejado ver. De repente un destello hizo que tuviese que cerrar los ojos y cuando los abrí ya no estaba. Me puse a temblar, estaba mucho más cómodo cuando estaba en la ventana. Me asomé corriendo y no pude verlo, ya se había marchado. Habría volado o se habría dejado caer al suelo y una vez allí habría echado a correr. Yo lo quería conmigo, solo para mí, que cada vez me despertase estuviese allí sonriéndome en forma de luz, de energía, de qué se yo. Entonces no lo pensé. Aproveché que la ventana estaba abierta para sacar medio cuerpo fuera e inmediatamente el resto de mi cuerpo, lo dejé caer, sin ningún tipo de miedo nuevamente y sin ser consciente de la situación. Me vi tendido en el aire por unos segundos, flotando, como aquella luz y enseguida empezó la caída. Cuando apenas centímetros separaban mi cara del suelo noté cómo si algo tirase de mí hacia arriba, de un golpe seco, supongo que así se debió de sentir Pinocho cuando Geppetto jugaba con él. Comencé a subir primero como si fuera a cámara lenta y luego con toda la intensidad que se había concentrado en mi habitación aquella mañana. Alto. Muy alto. Lejos. Muy lejos.
Al rato me desperté, abrí los ojos y me dije a mí mismo: ¿Quién te lo iba a decir?
Mario.