jueves, 4 de octubre de 2012

La última ciudad del invierno del 92.

Era un mañana del frío invierno del 92, yo había vuelto a renacer varias veces y salí a la calle borracho de jazz. Todo empezó a ser nuevo sin serlo. Entré al metro, esta vez como si en él se escondiera el más profundo infierno, abajo, más abajo. Los pasillos se habían vuelto interminables y los fluorescentes de los andenes habían decidido parpadear a mi entrada en el vagón. Me senté en la esquina del tren, abajo, más abajo, mientras la gente que pasaba me gritara a la cara. Creí conocer a todas esas personas y solo de pensarlo se me ponía la piel de gallina. Al salir a la calle todo me parecía tan distinto... veía rejas metálicas por todos lados, la gente lloraba tirada en la calle, las tiendas parecían cerrar simultáneamente una detrás de otra y la gente se manifestaba como si del futuro se tratase. Me costó horas llegar al final de la ciudad. Mi sordera se convirtió en chillidos muy fuertes. Intenté avanzar y avanzar y por un momento creí estar soñando que caminaba sobre una cinta de correr en un gimnasio. Me lo tuve que tomar de la manera más irónica posible y me vi riendo delante de la gente de una manera tan vulnerable que ni si quiera llegó al sarcasmo. De golpe dejé de dramatizar y decidí simplemente parecer uno de ellos, tal vez engañarlos. Pero solo a algunos. En realidad lo único que había pasado es que había amanecido una vez más. Me había dado cuenta, sin quererlo ya era un ciudadano de la últim ciudad.

Mario.

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