jueves, 27 de septiembre de 2012

Aquel escritor holandés.

Allí estaba en ese sofá de pana azul aquel escritor holandés que tanto había soñado. Cuando sus manos se posaban sobre las teclas de cualquier teclado se hacía la magia y conseguía parar el mundo con tan solo un chasquido. Hablaba del tiempo o del amor, de las sábanas o el colchón mientras el calor llegaba a las yemas de sus dedos. Todo el tiempo que había invertido en romperse la cabeza por las noches y en crear escenas que jamás se llegaron a proyectar estaba flotando en esa habitación, y él se volvió invisible, lo hizo para convertirse en poesía, para que sus ojos se convirtieran en sus manos y se uniera la mente con el cuerpo. Dejo de oír todas aquellas voces para dejar paso a ese piano que tanto dolía, sentía como estrujaba su brillante cerebro y como aplastaba dulcemente su corazón. La presión se hizo con el, se iba ahogando a cada segundo, se quedaba sin respiración y rompió a llorar. Tiró el teclado a un lado y agarró fuerte el cojín, empezó a escribir palabras en la pared que aparentemente no tenían ningún sentido pero todas juntas eran como aquellas historietas que hablaban del opio y las grietas. Se desvaneció. De repente yo abrí la puerta, le miré fijamente y allí estaba, tan tirado, tan invisible.

Let it be.

Mario.

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