Allí estaba en ese sofá de pana azul aquel escritor holandés que tanto había soñado. Cuando sus manos se posaban sobre las teclas de cualquier teclado se hacía la magia y conseguía parar el mundo con tan solo un chasquido. Hablaba del tiempo o del amor, de las sábanas o el colchón mientras el calor llegaba a las yemas de sus dedos. Todo el tiempo que había invertido en romperse la cabeza por las noches y en crear escenas que jamás se llegaron a proyectar estaba flotando en esa habitación, y él se volvió invisible, lo hizo para convertirse en poesía, para que sus ojos se convirtieran en sus manos y se uniera la mente con el cuerpo. Dejo de oír todas aquellas voces para dejar paso a ese piano que tanto dolía, sentía como estrujaba su brillante cerebro y como aplastaba dulcemente su corazón. La presión se hizo con el, se iba ahogando a cada segundo, se quedaba sin respiración y rompió a llorar. Tiró el teclado a un lado y agarró fuerte el cojín, empezó a escribir palabras en la pared que aparentemente no tenían ningún sentido pero todas juntas eran como aquellas historietas que hablaban del opio y las grietas. Se desvaneció. De repente yo abrí la puerta, le miré fijamente y allí estaba, tan tirado, tan invisible.
Let it be.
Mario.
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