lunes, 16 de septiembre de 2013

Esposado.


Estaba sentado en un banco a la sombra en frente del gran edificio que me hacía llorar cuando ocurrió. De la manera más inesperada vinieron dos policías, me agarraron bien fuerte y sin darme ninguna explicación cogieron bien fuerte mis brazos y por las muñecas me ataron a unas frías esposas, a pesar del calor que hacía aquella tarde. Yo solo pedía explicaciones quería saber el por qué de ese repentino secuestro, supongo que como cualquier ciudadano. Una vez más no recibí respuesta y a empujones me llevaron a su fuegoneta donde me sentaron en la parte de atrás de un golpe en los hombros hacia abajo. Yo temblaba, me faltaba el aire y ellos no se inmutaron y seguieron en silencio. Llegué a no se dónde tenía que llegar, allí había filas de gente amontonada y frenadas por unas vallas que les impedía acercarse por el pasillo que tenía que recorrer bajo la mirada de todos y algún que otro grito. Entré totalmente descolocado, abrieron las puertas y aparecí en medio del mayor juzgado de la ciudad. En ese momento yo solo pensaba en el mar, en el mar y en el mar. En los peces, las aves, la arena de la playa, el agua cuando rompen las olas, el viento que cruje y el llanto desconsolado de aquel niño. En la sala apenas había cinco persona aunque era gigante, poco tardó en llenarse de caras conocidas que me miraban bien fuerte a los ojos, yo una vez más me puse a llorar, pero esta vez en silencio, no podía creer lo que estaba pasando. Mientas los invitados al juicio se iban sentando me iban juzgando de uno a uno, a gritos delante de toda la sala y de todo el universo que se me calló encima en ese momento. Inmediatamente me acordé de la sensación del hogar, de esas cuatro paredes que no eran solo hormigón, me acordé del sofá, de la cama, de la mesa de la cocina y del perro siempre paseando. Me puse muy nervioso y esposado aún me di la vuelta, miré a varios de ellos a los ojos fijamente y grité bien fuerte.

La sala se quedó en absoluto silencio, nadie se atrevió a moverse. A los pocos segundos el guardia de seguridad se acercó a mi y con una llave me desató del infierno. Yo corrí, seguí corriendo y me fui. Al salir de allí me di cuenta de que el invierno había llegado a pesar de que el otoño no había empezado.

Mario.

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