viernes, 20 de septiembre de 2013

Le obsesionaban los relojes.



Le obsesionaban los relojes, había perdido la cuenta de las veces que dejó la mirada fija en cientos de ellos y la de veces que había roto a llorar siendo consciente de los segundos, los minutos y las horas que se iban. ¿A dónde iban a parar?. Era la pregunta que se hacía todas las noches, buscaba la respuesta por todas las esquinas de su casa, los recovecos de las calles y los huecos de su corazón. Siempre regalaba relojes, cualquier motivo era bueno para regalar uno de ellos, en cumpleaños, bodas, bautizos o cualquier situación en la que podía hacerlo y en su casa había más de cien. Un buen día, harto de todo ello decidió que iba a dedicar el resto de su vida a encontrar el sitio en el que no existiera el tiempo, que todo aquello que lo envolvía no tuviese valor. Viajó por infinidad de países y ciudades buscando la solución y las que más le marcaron fueron su visita al Sahara, los fiordos en Noruega, el monte de Saint Michel en Francia y las cataratas del Niagara. Le marcaron porque fue lo que más se acercó a su respuesta, aquello que anhelaba tanto pero aún así no fue suficiente, no se fue de esos fantásticos lugares con el sentimiento de victoria, por dentro cada vez tenía más grietas y la piel más curtida. Regresó a casa, triste pero feliz por todo lo que había vivido y esa misma noche encontró la respuesta, y esta vez era de verdad. No había el lugar en el que no existiera el tiempo ni en el que no tuviera valor, donde aquello pasaba no era un sitio, era una persona.
Entonces se obsesionó con encontrar a esa persona.

Mario.


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