martes, 15 de octubre de 2013

El capitán se había enterado.

Era capitán de barco pero desde hace tiempo soñaba con ser escritor de libros de esos que hacían llorar y se te clavaban en el corazón como estacas. Ya conocía muchas de las sensaciones que un escritor o lector podía sentir porque el mar era como los libros, producían el mismo efecto. Ambos permitían navegar sobre ellos, sumergirse y hacer olvidar, actuaban como vertederos de sentimientos y hacían respirar sin ningún tipo de congestión. Con todos sus años zarpando a las espaldas aprendió que aunque el llegar a tierra existía, el infinito del mar también, la sensación que producía mirar esa línea recta donde acaba la vida, donde acababan los sueños. El capitán iba recopilando historietas cortas que se le ocurrían en cualquier sitio y con cualquier sentimiento. Las tiendas de libros y los barcos eran muy semejantes porque hacían sentirte como en casa, en los dos daban ganas de quitarse las zapatillas y andar descalzo de arriba a bajo. Las olas abofeteaban como lo hacen las páginas al pasar y el terminar un libro causaba lo mismo que despedirte del mar tras unas largas vacaciones, te deja calmado y en paz, como anestesiado. Pasaron los años y él seguía recopilando sus historietas, ya tenía cientos de ellas cuando pasó algo inesperado. El capitán había fallecido en una de sus largas travesías de la que no volverá jamás. A los pocos días su hijo encontró en una caja de lata todas las historias que guardaba su padre, al leerlas empezó a llorar como si no entendiese nada. Él se encargó de publicarlo. Días después de estar el libro a la venta, mientras desayunaba en su cocina recién remodelada mientras miraba al mar recibió una llamada. El libro se había convertido en número uno en ventas. Al recibir la noticia el hijo levantó la cabeza y vio una tormenta en la playa como hacía años que no veía. El capitán se había enterado.

Mario.

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