miércoles, 9 de octubre de 2013

Por el camino.

Amaneció sin rumbo, el billete tenía destino pero él estaba descolocado, como drogado. A penas podía llevar los pensamientos a cabo, los perdía por el camino y los pies se le empezaron a enfriar. Llorar ya no era la solución para aquel abogado recién salido de los pueblos de Castilla. Había perdido la ilusión por la justicia, ya no creía en ella, porque en las relaciones personales se pierde por completo, se tira por la borda y si aún se puede un poco más se pisotea hasta que desaparece. El sol abofeteaba su cara a través  de los cristales y empezaba a temblar. Cuánto le iba a costar asumir esa derrota, asumir el dulce fracaso en forma de decepción, quizás en ese momento fue cuando tuvo claro que se dedicaría al senderismo al menos por un tiempo. Perdió la cuenta de las cicatrices que se había hecho a la quinta subida ya, para él era todo un record y el sabor de la cima le hacía estar en paz, tranquilo y constante. La sexta vez que se retó no salió todo como él esperaba, las ganas le desbordaban y la energía recorría todo su cuerpo, supongo que fue la Luna de la pasada noche lo que provocó ese desgaste a medida que iba subiendo la montaña, perdía aire a borbotones y el color de su piel empezaba a desaparecer, la vista se le nublaba y aun así sacó fuerzas de las entrañas pero no fue suficiente. Poco quedaba para terminar el record cuando se empezó a adormecer, se le cerraron los ojos y la inercia le hizo flotar a cinco metros de llegar. Luchó, luchó hasta que el cuerpo le dejó de responder y el aire desde allí arriba se convirtió el hielo, en escarcha que rompía su piel y cortaba sus labios. Asumió lo que había pasado y se dejó llevar. Se le había olvidado aquello que llevaba tatuado en la piel: Dormir era como morir. 

Mario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario