sábado, 7 de junio de 2014

Por última vez.

Menos mal que aún le quedaba el mar. Menos mal que el anclaje que tenía en el puerto donde amarraba su barquita seguía ahí e intacto a pesar del vendaval sin haberse movido. Porque después de que se quedase sin un hogar, sin sus pertenencias, sin todas las fotografías de su vida y con el corazón apunto de dormirse, ya solo le quedaba todo un pasado al que respetar lleno de historias que le mantenían vivo. ¡Qué importante era para él respetar cada momento de su vida y tratarlos con la dignidad en mayúsculas. El anciano era de esas personas que levitaba y lo hacía por toda la costa mediterránea mientras amaba cada momento y los compartía con todas sus olas. El mar era su vida, su desahogo por contradictorio que parezca y su bálsamo donde reposar todos los huesos y músculos ya cansados y golpeados por los años que empezaban a pesarle. Preparaba su bolsa cada mañana con su almuerzo que llevarse a la boca y un pequeño kit de supervivencia que a penas le hacía falta utilizar y allí, rodeado de mar pasaba los días eternos sin hacer más que contemplar el viento, el sonido del agua y disfrutando del rayo de sol que chocaba en su cara cuando decidía salir para hacer de él un día mejor. Allí, respiraba toda su vida, abría bien despacio los pulmones y cuando por fin perdía la orilla de vista rompía a llorar como lo hacía cuando era pequeño, porque por muchos años que pasasen su alma seguía igual, tan inocente y pura como la de un recién nacido. Si es que ya se habían pasado los días en los que le tocaba enfrentarse a grandes peces, pulpos gigantes y morenas que de vez en cuando cicatrizaban su piel, ahora todo su tiempo era para él sabiendo que lo que le tocaba era enfrentarse al monstruo más grande y desolador del universo, descubriendo que la soledad aún le podía matar a tiempo. Se acostumbró al silencio y dejó de hablarse en alto a si mismo. ¿Quién le podría escuchar? ¿Con quién podría compartir sus noches? Empezó a pensar que en la vida se paran muchas cosas, como el tiempo cuando estás feliz y si no despertaba, su corazón era lo próximo que se iba a parar. Moisés abría las aguas y él iba cerrando los recuerdos y las cicatrices que con todo el amor que pudo se fueron consumiendo por última vez. Y así es como se fue. Apagándose con los días y yéndose en silencio preguntando hasta el último segundo, ¿dónde estaba?

Mario.

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