Míralos, ¿no te das cuenta? Son felices porque se tienen los unos a los otros.
Era una tarde del caluroso mes de Junio que venía con fuerza este año y ellos estaban allí, en el patio sentados a la sombra disfrutando de unas frías cervezas y muertos de la risa por los recuerdos y anécdotas que parecían estar reviviendo. El chico del flequillo sin duda parecía estar enamorado de ese momento, cuando ellos se juntaban se olvidaban del tiempo y de los problemas, ¿qué más daba? si en ese instante estaban juntos y no existía más mundo que les importase. Ella tan risueña como siempre y tan dispuesta a hacer de esa tarde la mejor bienvenida del verano que iban a tener en siglos, ella hacía que todo estuviese equilibrado y que no faltase nada y si faltaba ya se encargaba de conseguirlo, nunca fallaba. El de la barba no podía faltar, desde que se fué ya había dejado cojas varias cosas como para seguir haciéndolo y hoy era todo para ellos, en ese momento él era de ellos y de nadie más porque quizás no había otros que se lo merecieran. Se conocían como las palmas de sus manos. Cuando estaban dos de ellos y faltaba alguno, sea cual sea, se sentían como un círculo que nunca llega a cerrarse pero cuando llegaba el momento del encuentro de los tres ese círculo se cerraba y el hechizo empezaba a hacer de las suyas parando el tiempo y sintiéndose llenos y a punto de rebosar de felicidad, porque eran propensos a rebosarla. Era como si un genio hubiese jugado a escoger al azar tres espermatozoides aún inexistentes y los hubiese unido por las entrañas para que un día en una loca comunidad de vecinos hicieran coincidir sus miradas para no separarlas jamás. Qué más daba si no se entendían, qué más daba si hablaban idiomas diferentes si no lo necesitaban, ellos estaban por encima de eso, estaban levitando entre lo natural y lo sobrenatural y cuando cruzaban esa barrera explotaba el mundo. Porque a pesar de que el tiempo pase y quien sabe dónde estarán mañana cada uno de ellos siempre se pensarán, por muchos lazos que se rompan, muchas puertas que se crucen y tantas ausencias como huecos en mi corazón haya, estaban unidos por la piel, cicatrizados y marcados por la tinta para que jamás se olvidasen de lo que sentían cuando detenían el mundo, sea el día que sea, la hora que sea y el lugar que fuese, cerraban los ojos y estaban juntos, brindando por ellos, por los que están y por los que estarán.
Mario.
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