martes, 4 de junio de 2013

Las flores no crecen los lunes.

Dormir era como morir. El Sol quemaba mis párpados, sin apenas poder pronunciarme, algo hizo que enmudeciera por dentro. Dejé de inmunizarme, aquel primer día de mes me di cuenta de que las flores no crecen los lunes, mientras caminaba, andaba sin parar, llevaba tantos kilómetros encima que había perdido la cuenta, había perdido tanto que olvidé hasta el equipaje en el último albergue. A escasas horas de parar en seco encontré un cartel, el camino era áspero y no veía el final, me recordaba a cuando te sientas a orillas del mar y juegas a imaginar dónde termina y te preguntas en qué momento dejará de haber agua. El cartel anunciaba una fiesta, algo me decía que yo tenía que estar allí, y no por gusto precisamente. Apunté todos los datos en la libreta que ya formaba parte de mi y la volvía a guardar en el bolsillo. Seguía caminando y se me pegaba el aire en la piel, cada vez más, cada vez más. Encontré caras conocidas a lo largo de este viaje, esas caras me hacían muecas como intentando querer decirme algo importante, se habían quedado mudos, como yo. Aparecían y desaparecían, reían, lloraban, enfurecían y carcajadas rompían el silencio ahora, un silencio que ya taladraba en mi interior. Había perdido toda la normalidad que llevaba encima. Por un momento me olvidé de todo el silencio e imaginaba escenas de aquella fiesta, bailando, bailando sin parar, bailando hasta perder la soledad. Era tan divertido. Me rendí a la culpa y dudé de mi existencia, pero solo por segundos. Empecé a notar el mismo el mismo calor que cuando quemaba en mis párpados, esta vez por todo el cuerpo, me dejé de vencer y llegué. Había remontado.

Volví a casa, lo primero que hice fue tumbarme en el sofá y sin darme cuenta me quedé dormido.

¡Que empiece la fiesta!

Mario.

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