miércoles, 5 de marzo de 2014

Te invito a un vals.

Si puedes una puedes dos. De repente olía a ese sitio como hace años atrás cuando subía las difíciles escaleras, me acorde de ti y se me paró el corazón. No todo consistía en aprender siempre, lo difícil era desaprender y por eso intenté hacerlo. Yo también quería morir con la mano en el corazón como decía esa bonita canción francesa. En ese momento me pregunté de qué habían servido todos estos años viajados por las calles de esas famosas ciudades que salían en los reportajes de televisión. Lo difícil era controlar que el vaso estuviese lleno, intentaba siempre que así fuera pero corría un riesgo, cuando de tanta agua se desbordaba. Cuánto costaba volver a dejarlo con la cantidad justa... Era casi una misión imposible, por eso me rendí. 

Dejé de hacerlo yo, a partir de ahora no me iba a encargar de eso, me iba a encarga solo de las cosas que dependían de mi. Fue entonces cuando a la mañana siguiente el sol salió, los pájaros cantaban y salí a mi balcón a fumar el primer cigarrillo de esta temprana primavera que hoy llegaba. No cabía en mi, era como si el sol recargará las pilas que todos llevamos dentro, y yo me encontraba con toda la energía puesta en mi corazón. Sonreía sin saber por qué y cuando más me despisté apareciste, aunque aún no se si para quedarte. No sabía qué decir porque no me apetecía decir nada ni lo iba a hacer, solo sonreía como un payaso de esos de colores que a veces rompen a llorar. El sol seguía chocando en mi cara y cuando ya me iba a ir, sin pensarlo te lo dije: Te invito a un vals.

Mario.

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