sábado, 29 de marzo de 2014

A la francesa.

Me pregunto a dónde van a parar todas esas cosas que no llegan a pasar, supongo que cuanto más lejos vayan mejor. O dónde acaba todo lo que se llevan los ladrones cuando roban dentro de ti, ¿para qué lo quieren?

Esta mañana me acordé de cuando Stuart Little llegó a casa aquella primavera, tan pequeño y tan de verdad a la vez. Stuart era todo lo que faltaba en mi vida para hacerla completa, yo era pequeño y él más que yo pero a la vez era enorme. Como cuando te vas a dormir y te entra el miedo, entonces piensas que si algún vivo por diminuto que sea estuviera a tu lado en ese momento el miedo se esfumaría, abriría la puerta y saldría corriendo. Corriendo salió él la última vez que le vi, corriendo como lo hacen los ladrones y por supuesto, se marchó a la francesa. En mi casa pasamos cerca de un año sin cerrar la puerta con llave por si algún día decidía volver, yo le esperaba impaciente. Así fueron pasando los meses sin entender por qué, ¿qué le faltaba? ¿Qué más podía darle?

Yo que le había dado todo mi amor, yo que pasaba frío por las noches para que él estuviera arropado, yo que dejé de pensarme para dedicarme a él. Y se fue. Crecí con lo que había sucedido con Stuart como tema tabú, no se comentaba ni en las comidas y mucho menos en los días de Navidad porque cada vez que se le nombraba a mí se me hacía un agujero dentro y no había Dios que lo pudiese cerrar, mira que lo intenté. Viví como quien lo hace con la culpa de algo encima, así lo sentía y así lo sentiré hasta el resto de mis días a no ser que alguna noche entre por la ventana y me despierte susurrándome que "todo es mentira". Le busqué por las calles de lugares en los que sabía que jamás iba a parecer y le confundía con cualquier sombra que se me cruzaba.

Lo peor vino cuando menos tenía que venir. Estaba pasando mis vacaciones solo en una cabaña en el norte de los Alpes, me fui solo para relativizar y para entender que ni lo bueno es tan bueno ni lo malo tan malo pero una noche sentado en el sofá al lado de la chimenea viendo la televisión salió algo que hizo que ese agujero que me salía dentro cada vez que se le nombraba fuese eterno. Salía Stuart en un anuncio pidiendo un corazón en el que quedarse a vivir, estaba con la mirada perdida, tan grande como el dolor que ya formaba parte de mi y yo no podía ayudarle porque me lo habían robado todo. Entonces lloré, porque tenía que llorar.

Mario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario