La Oreja de Van Gogh me dijo una vez que "esperaba con la carita empapada que llegaras con rosas, con mil rosas para mi". Supongo que las de La Oreja y las mías eran todas las que se veían por la calle un 23 de Abril en Barcelona, supongo que a los dos nos las habían arrancado de nuestro jardín donde llevábamos tiempo cuidándolas y dándolas todo el cariño que nos salía solo de dentro. Mientras, la calle se llenaba de cientos de personajes de novelas y yo que reinventé a Alicia (la del país de las maravillas) hace tiempo, la saqué a pasear conmigo aquella tarde en la que sol daba de frente y calentaba a la vez que enfriaba el corazón. Alicia se quedó muda, su cuerpo y el mío caminaban unidos por nuestras manos en las que entrelazábamos los dedos, agarrados como los candados de los puentes de Múnich. Pasamos a penas dos horas caminando con el olor de las rosas que ya impregnaba nuestra ropa, me acordé de Mecano y de la puta rosa con la que se clavó una espina y llevaba los ojos rojos color sangre por el polén que ya me pasaba factura por primera vez en mi vida. Ella tan guapa, tan rubia, con el pelo tan liso y con los ojos tremendamente azules pero tan hueca y seca por dentro, tan abandonada y tan huérfana. Miraba a los lados asustada por la gente que incoscientemente le daba golpes al pasar a su lado, yo la miraba y la intentaba decir con los ojos que todo estaba bien, que "todo era normal" pero ocultando el final de la frase: "hasta que dejara de serlo". Lo oculté porque no sabía cuándo iba a dejar de serlo, cuándo el cielo se nos iba a caer encima ni cuándo tendriamos que abandonar por patas el tren que nos esperaba de vuelta y que seguramente sería mejor perder. De Mecano volví a La Oreja y me acorde de que en la misma canción decía que "ahí me quedé, en una mano el corazón y en la otra excusas que ni tú entendías". Dejé de pensar y me dispuse a seguir caminando con la mente en blanco, los ojos al rojo vivo y el azul vestido de Alicia a mi lado.
Y así es como se vive un Sant Jordi sin Jordi.
Mario.