miércoles, 19 de septiembre de 2012

Se ha acabado el verano.

Lo de aquella mañana no fue algo del todo normal. Sientes arrastrarte por el corto pasillo de tu casa, cada paso es un mundo y al llegar al baño comienzas a desnudarte poco a poco, con la cabeza agachada. La fuerza con la que subes el mango de la ducha te parece eterna y esperas a que el agua caliente empiece a salir. Evitas el espejo. Primero un pie, luego otro pie. No tienes ninguna prisa, te repites lentamente por dentro. Dejas caer litros y litros de agua por encima de tu cabeza y te duchas como cualquier día aparentemente mientras sientes todas las gotas que impactan de manera escalofriante sobre tu humilde cuerpo. Esta ducha ha sido tan larga como aquellas películas de asesinatos interminables. Cortas el agua. Sin darte cuenta te has quedado quieto, muy quieto y sin ánimo de reacción. No eres consciente. Has dejado tu cuerpo caer sobre la pared izquierda de la ducha y a su vez la frente apoyada contra la baldosa. Has perdido el norte y los minutos que habrás pasado en esa postura sin pensar en nada o en todo, no lo se. Continúas el lento arrastre por el pasillo como si estuvieses aprendiendo a andar y cuando quieres darte cuenta ya has llegado al salón, has abierto la puerta y has entrado en él. Párate en seco y da una vuelta de reconocimiento, te dices a ti mismo. Comienzas a andar hasta llegar a la ventana, sientes como todos tus dedos van abriéndola lentamente y te asomas, en ese momento te da el primer rayo de sol en la cara y se concentra toda la energía del universo en ese instante. Se ha acabado el verano. Destrózame.

Mario.

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