La guerra empezó, por aquel entonces yo era un niño aunque creía que no. Me habían vendido humo, estaba lleno de humo acompañado por aire que no es real, me sentía lleno sin estarlo. Entonces me acordaba de las colchonetas hinchables cuando quitas el tapón y se deshacen rápidamente entre las manos. No era la primera guerra pero si que creo que la más fría, en aquel pueblo de tan al norte el frío vivía en las paredes, en las esquinas y hasta debajo de las camas. Se te pegaba para doler. Un día me vi allí en frente del campo de batalla, creía que me seguía todo mi equipo, que iba detrás mía cuando los "malos" a quienes íbamos a destruir con rabia empezaron a salir de carruajes y de trampillas escondidas dónde creía que nadie habitaba. Aquel campo se empezó a llenar y a los pocos segundos me di cuenta de que no había nadie, ¿qué había sido de mi equipo? Me preguntaba a medida que se iban acercando a mi, amenazándome en círculo con el fin de que dejase mi arma en el suelo. Lo hice como era de esperar ya que era mi única opción y decidí rendirme, no por cobarde si no por falta de recursos, el círculo por el cuál estaba rodeado se hacía cada vez más pequeño y me latía más rápido el corazón con la sensación de que eran los últimos segundos que iba a latir, tenía razón. Uno de ellos destacó sobre el grupo y decidió acercarse más aún si cabía, mis piernas se bloquearon y me impidieron echar a correr que es lo que por instinto pretendía hacer sabiendo que el éxito sería completamente nulo. Por unos instantes no se que pasó que no lo recuerdo con total nitidez solo que de mis ojos salían estalagmitas congeladas acompañadas por ese humo ardiendo. Lo quise hacer con dignidad al ver que el fusil apuntaba mi cabeza, entonces me eché las manos hacia ella para quitarme el casco que dejé caer al suelo al bajar mis brazos. El pueblo empezó a arder y continuó la vida que merecía.
Mario.